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Baul de Marcus Marlowe

Publicado por Marcus Marlowe, Ago 17, 2024, 06:26 PM

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Marcus Marlowe Jefe de Hufflepuff || Prof. de Runas Antiguas
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Marcus Marlowe Jefe de Hufflepuff || Prof. de Runas Antiguas
They are always there
Recuerdo

de Edmond Marlowe
Una lágrima corre por la sucia mejilla de un niño pelirrojo cuando el sonido seco resuena en la oscura habitación y una nueva marca linear, roja y brillante como la sangre, se dibuja en la espalda del pequeño. Éste ahogó un sollozo hundiendo los dientes en el labio inferior hasta casi atravesarlo. Sabía que llorar era inútil, que suplicar tan solo serviría para recibir más burlas y golpes con más fuerza. Y no quería que eso pasara. No desde que Frank, uno de sus compañeros, llegó hacía una semana escupiendo y casi ahogándose en su propia sangre porque le acabaron propinando una patada que partió sus costillas ya frágiles por la falta de alimentos decentes. La noticia había corrido como la pólvora, y ahora todos se cuidaban en no despertar aún mas "su" ira.

Cerró los ojos con fuerza, bajando el rostro. El cabello, lacio y pesado por la mugre que lo cubría y oscurecía, lo hacía mucho menos llamativo; algo que agradecía cada noche al acostarse, cayendo como una cortina y tapando sus facciones. Sabía que llamaba demasiado la atención y, aquello, en ese Infierno, era imperdonable y debía ser evitado a toda costa. Por ello se ensuciaba el rostro y el cabello, oscureciéndolos todo lo que podía, y se maldecía por no poder hacer lo mismo con sus ojos. Aquellos ojos de un azul casi gris, semitransparentes que, aunque intentara no mirar a nadie, siempre parecían atravesar el alma de cualquiera con quien se cruzara. Algo que agradecía a medias cuando, día tras día; la gente le daba unas monedas tan solo para que dejara de mirarlos con un rostro inexpresivo, carente de sentimiento alguno. Unas monedas que nunca bastaban, y que jamás servían para alimentarle, a él o cualquiera de los demás que se habían visto en la desventura de haber sido mandados allí. Nadie recordaba el nombre de ese orfanato por mucho tiempo, acabando por apodarlo "El Infierno" a las pocas horas de llegar allí, en cuanto las sonrisas que se dedicaban a los de servicios sociales se convertían en la primera lección, la primera cucharada de la amarga medicina que era vivir en ese lugar.

Un nuevo golpe le hizo arquearse, el latigazo de aquel cinturón habiendo cruzado varias de las marcas anteriores, dibujando con húmedas líneas los entrecruzamientos. Un tirón en su cabello le obligó a abrir los ojos y alzar la cabeza. Las lágrimas manando con toda libertad, ya sin barrera alguna; mientras el rostro desdibujado del varón aparecía delante suya, sonriendo burlón. Se obligó a si mismo a no mostrar ninguna expresión, a hundir el odio y la cólera que sentía hasta lo más profundo de su ser.

Mostrarse rebelde, o mostrar cualquier sentimiento en general, tan sólo haría que eso se alargara. La otra, la mujer, su esposa, le libera las muñecas, que había mantenido presas con sus propias manos, queriendo sentir hasta el último intento de liberarse, aunque solo fuera para encrudecer aquella muestra de "mano firme". No había cumplido con el cupo imposible que le habían exigido para aquel día, y decidieron mostrarle "lo que pasa con los niños desobedientes".

Con un gesto despreocupado, su deshilachada camiseta golpeó su pálido pecho, en el que podían contarse con facilidad cada una de las costillas. El pequeño sabía que no tenía tiempo de llegar a colocársela antes de volver a su dormitorio. Así que la abrazó con fuerza mientras seguía con cortos pasos al casi obeso hombre en la semioscuridad, donde su aliento creaba nubes y su piel se erizaba. La calefacción era un lujo, que no se permitían gastar más que en los más pequeños, los que eran demasiado débiles e ineficaces para enviarlos a buscarse el sustento. Lo había oído la otra noche, cuando hablaban como si él no estuviera allí, tendido sobre el reposabrazos de aquel sillón. Pero él ya tenía siete años, ya era lo suficientemente mayor como para no perderse por las calles y para aprender las consecuencias de hablar con un extraño. Porque ellos lo sabían, siempre acababan enterándose de cuando alguien hablaba más de la cuenta. Y entonces.... entonces el castigo era mucho peor. Un escalofrío que nada tenía que ver con las temperaturas ni con la gélida mano que le empujaba a la habitación recorrió su espalda. Esa habitación que compartía con siete chicos más de distintas edades, de los cuales más de uno se hacía el dormido a juzgar por sus respiraciones. Hacía al menos una hora que pasó el toque de queda y nadie quería ser pillado aún despierto y así hacer una visita al "despacho".

Tan pronto la puerta se cerró a su espalda, Parker, el mayor de ese dormitorio, bajó de un salto de su litera, descalzo para no hacer apenas ruido, apresurándose a abrazar al pequeño castaño por un momento antes de cuidarle las heridas. Ya desde un principio entendieron que él era distinto; que no necesitaba desfogarse llorando tan pronto llegaba a la relativa habitación, derrumbándose como hacía la mayoría. Las pocas lágrimas que derramaba algunas veces solían ser porque el dolor físico se hacía insoportable, como en ese instante, cuando el pañuelo empapado en agua le limpió aquellas marcas rojas, escociendo cada vez que pasaba por algún punto donde la piel había cedido y comenzado a sangrar. A pesar del frío el pequeño decidió dormir sin camiseta, ya que esta estaba demasiado sucia y no quería arriesgarse a una infección que solo complicaría las cosas.

Por la mañana, tendría el tiempo justo de colocársela, cuando el grito de "¡A formar!" resonase de nuevo por los pasillos, dando así comienzo a una nueva jornada. Ignoró las punzadas del hambre mientras se colocaba cuidadosamente boca abajo, recordando que se había perdido la cena que, aunque escasa, era la única comida con la que contaban que llegase con regularidad. Sintió como una segunda manta le era colocada encima, intentando que tuviera menos frío y consiguió esbozar una sonrisa agradecido. Sabía que el mayor dormiría fatal una noche más, en un intento de que los demás estuvieran mejor. Él era el que menos tenía que perder por el momento, ya que apenas le faltaban un par de meses para ser mayor de edad y los adultos debían tener cuidado de no dejarle marcas demasiado visibles y recientes que pudieran ser rastreadas hasta ellos.

@emme
Ultima modificación: Ago 17, 2024, 08:09 PM por Marcus Marlowe #1


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