La lluvia londinense caía con esa terquedad que parecía no cansarse nunca, golpeando los ventanales del café donde estabas. Cada gota resbalaba lenta por el cristal, deformando las luces de la calle hasta volverlas simples manchas de color. Afuera, todo parecía gris, y adentro, el aroma del café recién hecho y el murmullo de las conversaciones ajenas eran apenas un recordatorio de que el mundo seguía girando... Tenías la taza entre las manos, como si ese pequeño calor fuera lo único que te quedaba.

Hacía meses que el silencio se había vuelto parte de ti, uno que dejaba huecos en el pecho y vuelvía pesada la respiración. Habías intentado tantas veces llenar ese vacío con ruido, con trabajo, con copas y con gente nueva. Habías reído, filtreado, tomado y destruído... Te habías permitido ciertas compañías, miradas distintas, conversaciones que duraban lo suficiente como para hacerte creer que todavía podías conectar con el mundo; Pero al final del día, cuando las calles se vaciaban, lo único que quedaba era la soledad. No era la ausencia de alguien lo que dolía, sino la forma en que te habías quedado esperando algo que ya no existía.

Sabías que habías cambiado. Que aquella rabia que antes te impulsaba ya no bastaba para sostenerte, y que el desprecio hacia los demás, ese escudo tan tuyo, se estaba volviendo un peso que no querías seguir cargando. No querías convertirte en esa versión tuya que se adelantaba a destruir antes de ser herida... No otra vez, ya no. Tal vez todavía te quedaba una chispa de esperanza, una parte de ti que se negaba a aceptar que ya todo estaba perdido. La dureza te había salvado, sí, pero también te había dejado sola y ahora, por primera vez en mucho tiempo, empezabas a sentir que esa soledad ya no te daba poder, sino cansancio.

Suspiraste, observando cómo el vapor del café se elevaba despacio. Por un momento te miraste en el reflejo del vidrio: una mirada cansada, pero viva, como si aún existiera una parte de ti dispuesta a seguir intentando. Todavía estabas ahí, resistiendo... Esperabas quizá un milagro, quizá solo "a que dejara de llover". A que el sol por fi, se atreviera a asomar entre las nubes... Y tal vez, cuando eso ocurriera, pudieras atreverte tú también.