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Österhagen's trunk

Publicado por Allen Österhagen, Ago 27, 2024, 07:19 AM

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Allen Österhagen | 31 años  - Inefable - Ex Ravenclaw
Ficha de Allen Mensajes Privados Cronología En este baúl encontraras mis memorias, escritos, anécdotas, pensamientos, planes, etc. Bienvenidx
Ultima modificación: Sep 21, 2024, 02:34 PM por Allen Österhagen
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El Quidditch y yo


Memoria de Allen Österhagen


Recuerdo con una claridad asombrosa la primera temporada de Quidditch en la que jugué para el equipo de Ravenclaw. Era un año que definió tanto mi tiempo en Hogwarts como mi amor por el vuelo. Cada mañana antes del primer partido, el entusiasmo en el vestuario era contagioso. Pero para mí, era mucho más que una simple emoción: era una necesidad visceral, un anhelo profundo que se extendía más allá del campo de juego.
Subirme a mi escoba, ese ritual casi sagrado, era el momento en que todo se alineaba. La sensación del aire cortando mi rostro, la libertad de maniobrar en el cielo, me hacía sentir vivo. No había nada comparable a la ligereza de la escoba, el zumbido de las cerdas bajo mis manos, y el vuelo sin restricciones sobre el campo de juego. Era como si el mundo entero se desvaneciera, y solo existiera el cielo y el campo de juego por debajo de mí. El campo de Quidditch, con sus aros dorados y el suelo distante, se convertía en mi escenario, donde podía dejar escapar todo mi potencial.
Cada vuelo era una explosión de libertad y adrenalina, una oportunidad para dejar que el viento se llevara todas mis preocupaciones y centrarme únicamente en el juego.
La dinámica del juego como cazador era intensa y desafiante. Cada vez que la Quaffle llegaba a mis manos, sentía la responsabilidad de llevarla a través de los aros y sumar puntos para mi equipo. Esquivaba Bludgers y encontraba los espacios adecuados para lanzar la Quaffle con precisión, intentaba que cada tiro perfecto era una mezcla de habilidad y estrategia.
Recuerdo con claridad cómo, en los momentos cruciales del partido, la tensión en el aire se volvía palpable. La multitud rugía, y cada vez que lograba hacer un gol, el sentimiento de euforia era indescriptible. Era una combinación de orgullo y satisfacción, una reafirmación de que todo el trabajo duro y las horas de práctica valían la pena. El sonido de la Quaffle atravesando los aros y la ovación del público eran el premio a mi esfuerzo.

A medida que pasaba la temporada, el vuelo en el campo se convirtió en algo más que una simple actividad; se transformó en una forma de vida. La sensación de dominar el aire, de ser un cazador hábil y efectivo, me proporcionaba una alegría que nunca había experimentado antes. Cada partido se convertía en una oportunidad para desafiarme a mí mismo.

Ahora, cuando pienso en esos días, no puedo evitar sentir una punzada de nostalgia. La emoción de volar libremente y de competir con tanta pasión es un recuerdo que guardo con cariño. Aunque el tiempo ha pasado y los partidos de Quidditch se han convertido en meros recuerdos, la chispa de esa primera temporada sigue viva en mi mente. Es una pasión que nunca se apaga del todo, una parte de mí que siempre recordaré con afecto y anhelo
Ultima modificación: Ago 27, 2024, 07:35 AM por Allen Österhagen #1
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Mi primer duelo competitivo

Las sombras de la noche caían pesadas sobre el castillo, ocultando mi silueta mientras me deslizaba por los pasillos vacíos de Hogwarts. Era mi último año, y aunque había logrado mantenerme dentro de los límites de lo permitido, esa noche decidí que era momento de cruzar esa línea. No podía seguir siendo un mero espectador en los duelos, un observador distante en un mundo en el que quería destacar. Era tiempo de participar.

La adrenalina palpitaba en mis venas mientras me escabullía fuera del castillo, oculto bajo una poción multijugos cuyo sabor detestaba profundamente. Pero, en esta ocasión, mi aversión a la poción era superada por el deseo  de probarme en el campo de duelo. Con la apariencia de un estudiante de séptimo año de Gryffindor, que encima no me caía muy bien. Por si era descubierto por alguien, mejor que lo culparan a él. Me dirigí hacia el club de duelos secreto, donde los duelos se libraban al aire libre.

El aire era fresco y cortante cuando llegué al claro donde se llevaba a cabo el encuentro. La luz de las varitas brillaba tenuemente entre los árboles, y los susurros de los espectadores se mezclaban con el crujido de las hojas secas bajo mis pies. El ambiente estaba cargado de tensión y expectación, pero, en mi interior, solo sentía una calma helada. Sabía que este momento lo definiría todo: mi lugar entre los duelistas, mi destreza, mi capacidad para estar a la altura de mi propio nombre.

Era un código no escrito en este lugar: la identidad era irrelevante, solo el poder y la habilidad importaban. Un oponente se presentó frente a mí, y aunque reconocí de inmediato quién era, decido mantener su anonimato por respeto. Lo que importaba no era su nombre, sino el duelo que estábamos a punto de librar.

Nos miramos fijamente, y en ese instante, todo el ruido a nuestro alrededor se desvaneció. El tiempo pareció detenerse cuando ambos alzamos nuestras varitas, y con un asentimiento sutil, el duelo comenzó.

Mi primer movimiento fue lanzar un Protego casi instintivamente, anticipando el primer ataque. Una ráfaga de llamas se estrelló contra mi barrera, y aunque la defendí con éxito, el calor fue suficiente para recordarme que mi oponente no era alguien a quien subestimar.

Con un rápido movimiento de muñeca, conjuré un Expelliarmus, intentando desarmarlo de inmediato, pero él lo bloqueó con una agilidad impresionante. Su contrataque fue un Syrtes, una maldición poco común que invocaba arenas movedizas a mis pies. Salté hacia atrás justo a tiempo, evitando quedar atrapado.

Ahora sabía que debía pensar rápido. Giré en un arco amplio, murmurando el encantamiento  Lumos mientras seguido, lanzaba un Incendio al suelo entre nosotros, creando una barrera de fuego que lo obligó a retroceder. Con la luz cegadora y el fuego como distracción, me deslicé hacia un lado, buscando una apertura.

Mi oponente respondió con un Aqua Eructo que apagó las llamas en un instante, pero ya estaba preparado para el siguiente movimiento. Wingardium Leviosa fue mi elección, alzando una roca cercana y lanzándola hacia él. No esperaba que fuera a causarle daño real, pero sí que lo distrajera lo suficiente. Y funcionó.

Mientras desviaba la roca, aproveché la fracción de segundo en la que su atención estaba dividida. Con un movimiento rápido, apunté mi varita y conjuré un Spharea Bombarda. El estallido fue inmediato, una esfera de energía pura que explotó justo delante de él, forzándolo a retroceder mientras su barrera se desmoronaba.

Por un momento, pensé que había ganado. Pero entonces, vi su movimiento final. Antes de que pudiera reaccionar, lanzó un Stupefy con precisión letal. El rayo de luz roja se dirigía hacia mí, pero en un último acto reflejo, conjuré un Protego que absorbió el impacto justo a tiempo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. Ambos nos miramos, respirando con dificultad, sabiendo que el duelo había terminado en un empate técnico. Había demostrado mi valía, y eso era suficiente para mí.
No necesitaba ganar, solo necesitaba saber que podía enfrentarme a los mejores y salir ileso.

Los espectadores comenzaron a murmurar, pero sus palabras eran un eco distante para mí. Bajé la varita y, con un leve asentimiento, me giré para alejarme del claro. El frío de la noche volvió a envolverme mientras regresaba a Hogwarts, aún bajo los efectos de la poción multijugos.

Sabía que había arriesgado mucho esa noche, pero también sabía que había dado un paso crucial en mi camino. Mi habilidad para el duelo había sido probada y había salido victorioso, al menos en mi mente. No necesitaba reconocimiento, ni aplausos. Solo la certeza de que, en cualquier momento, podría volver a enfrentarme a cualquier mago y salir vencedor.

Esa noche, mientras me deslizaba de vuelta al castillo, comprendí que había algo en los duelos que me atraía, algo que me permitía sentirme verdaderamente vivo. Y supe que ese no sería mi último enfrentamiento. Al contrario, solo había sido el primero de muchos.
Ultima modificación: Ago 28, 2024, 02:51 AM por Allen Österhagen #2
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Mi primera victoria - Spharea Bombarda


Memoria de Allen Österhagen

El recuerdo de mi segundo duelo oficial está grabado en mi memoria como si hubiera sucedido ayer. Mi primer duelo había terminado en un empate, un resultado que me dejó con un hambre insaciable de victoria. Así que cuando supe que mi próximo oponente sería un Gryffindor egresado, alguien con un nombre reconocido en el club de duelo, supe que este enfrentamiento sería decisivo.

El Gryffindor era mayor que yo, con una presencia imponente y una reputación que lo precedía. Mientras nos preparábamos en el centro del club de duelo, podía sentir la mirada de todos sobre nosotros. Nos saludamos con una inclinación de cabeza, y en ese momento me prometí a mí mismo que no volvería a conformarme con un empate.

El duelo comenzó con rapidez. Él fue el primero en atacar, lanzando un Expelliarmus con una destreza que demostraba su experiencia. La ráfaga de energía se dirigió hacia mí, pero yo ya estaba preparado. Moví mi varita y conjuré Protego justo a tiempo, desviando el hechizo y manteniendo mi varita firmemente en mi mano.

Él no perdió tiempo, cambiando de táctica al lanzar un Incendio dirigido hacia mis pies, intentando desestabilizarme con las llamas que se arremolinaban en el suelo. Salté hacia atrás, conjurando rápidamente un Aguamenti para extinguir el fuego antes de que pudiera propagarse.

El intercambio se intensificó. Mi oponente lanzó un Stupefy hacia mí, una ráfaga de luz roja que cortaba el aire con fuerza. Me agaché justo a tiempo para esquivarlo, sintiendo el calor del hechizo pasar peligrosamente cerca. Respondí con un Expelliarmus propio, buscando desarmarlo, pero él lo bloqueó hábilmente con otro Protego, que brilló brevemente antes de disiparse.

Decidido a no darle tiempo para recuperarse, giré sobre mí mismo como para volver a atacar pero me  lanzó un Petrificus Totalus. El rayo azul zumbó hacia mi, pero fuí mas rápido; salté a un lado, esquivando su hechizo por un pelo.

Sabía que tenía que cambiar mi estrategia. Mientras él recuperaba su posición, apuntó su varita hacia mí y lanzó un Confringo, un hechizo explosivo que explotó cerca de mis pies, enviando escombros por todas partes. Usé Wingardium Leviosa para levantar una de las piezas de escombros y lanzarla hacia él, obligándolo a distraerse momentáneamente.

Fue en ese instante, cuando vi una apertura. Con mi varita apuntando directamente hacia él, conjuré el hechizo que había estado practicando en secreto: Spharea Bombarda.

La esfera de energía explosiva se formó en la punta de mi varita y se lanzó hacia él con una velocidad increíble. Pude ver la sorpresa en sus ojos mientras intentaba levantar un Protego para defenderse. Pero mi hechizo fue demasiado rápido, demasiado poderoso. La esfera impactó contra su escudo, destrozándolo en un instante, y la explosión resultante lo lanzó hacia atrás, desarmándolo y dejándolo aturdido en el suelo.

El silencio que siguió fue ensordecedor. La multitud, que hasta ese momento había estado murmurando y comentando, quedó en shock al ver al Gryffindor derrotado. Yo, de pie, con la varita aún extendida, respiraba con dificultad, pero con una satisfacción inmensa corriendo por mis venas.

Había ganado. No solo había derrotado a un oponente mayor y más experimentado, sino que lo había hecho usando un hechizo que había perfeccionado en secreto, un hechizo que ahora era parte de mi identidad. Spharea Bombarda se convirtió en mi firma, un recordatorio de que, con la combinación adecuada de estrategia, habilidad y determinación, cualquier duelo podía ganarse.
Ultima modificación: Ago 27, 2024, 04:57 PM por Allen Österhagen #3
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Callejón Diagon y sus encantos

El Callejón Diagon siempre ha ejercido una especie de fascinación sobre mí. Desde la primera vez que puse un pie en sus calles adoquinadas, supe que había algo especial en ese lugar, algo que me hablaba en un tono distinto al resto del mundo mágico. Pero no era solo la vibrante energía de los magos y brujas que se movían con prisa de un lado a otro, ni el bullicio de los vendedores que ofrecían sus exóticas mercancías. No, lo que realmente me atrapaba eran los rincones más oscuros, los callejones que se extendían como sombras al margen de la luz.

Había algo en la oscuridad de esos lugares que siempre me había seducido, una atracción inexplicable hacia lo desconocido, hacia lo que no se muestra a simple vista. De todos los sitios en el Callejón Diagon, Nox y Borgin & Burkes eran los que más me intrigaban. Era como si una parte de mí se sintiera más viva al acercarme a esos sitios, como si la oscuridad que envolvía esos lugares resonara con algo profundo en mi interior.

Cada vez que pasaba frente a Borgin & Burkes, sentía una punzada de curiosidad en el estómago, una mezcla de emoción y ansiedad. Las ventanas polvorientas del escaparate dejaban entrever solo fragmentos de lo que se ocultaba en su interior: artefactos oscuros, objetos malditos, cosas que llevaban consigo historias de poder y peligro. Y aunque sabía que muchos preferían mantenerse alejados de esa tienda, yo no podía evitar sentirme atraído. Me preguntaba qué secretos se escondían detrás de esas puertas, qué historias habían pasado por esas manos frías y calculadoras.


En el fondo, sabía que había algo en esa oscuridad que me atraía precisamente porque la comprendía, porque había una parte de mí que resonaba con ella. No era simplemente la curiosidad por lo prohibido o lo peligroso, sino la sensación de que, en esos lugares, podía encontrar respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que tenía. Era como si, al adentrarme en esos espacios, estuviera explorando no solo un rincón del mundo mágico, sino un rincón de mi propio ser.

Y aunque podía sentir la advertencia en la nuca, la sensación de que estaba caminando por una línea peligrosa, no podía evitarlo. La oscuridad me llamaba, y yo, inevitablemente, respondía.
#4
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Memoria de la Aventura en el Bosque Prohibido

Con @Ivar Solheim
El recuerdo de aquella noche en el Bosque Prohibido sigue siendo tan vívido como el fuego que conjuramos. Desde el momento en que Ivar y yo nos adentramos en ese oscuro paraje, supe que no sería una tarea sencilla. La tensión en el aire, el constante crujir de las ramas bajo nuestros pies, y el frío que parecía emanar del mismo corazón del bosque nos ponían en guardia en todo momento.

La batalla contra la acromántula fue un preludio a lo que realmente nos esperaba. Aunque conseguimos ahuyentar a esa criatura, el verdadero desafío llegó con la aparición del anillo maldito. Vi a Ivar tomar el control de la situación con una seguridad que solo unos pocos magos poseen. Cuando intentó destruir el anillo usando su golem, la sorpresa fue palpable. Aquel objeto oscuro estaba mucho más protegido de lo que habíamos imaginado.

Y entonces, como si el bosque quisiera ponernos a prueba una vez más, apareció el hombre lobo. Ver a esa bestia y a Ivar enfrentarse de una manera tan peculiar me hizo darme cuenta de que había más en él de lo que aparentaba. Ivar no solo era un mago competente; había algo en su naturaleza que lo conectaba con esa criatura, algo oscuro y profundo que preferí no investigar más.

Mientras él se concentraba en deshacerse del anillo, yo mantuve al hombre lobo a raya. Fue una lucha intensa, pero sabía que Ivar estaba cerca de lograrlo. Finalmente, con un ingenioso uso de magia, consiguió debilitar las protecciones del anillo y destruirlo en pedazos. Cuando vi esos fragmentos volar por el aire, sentí una mezcla de alivio y satisfacción. Habíamos cumplido nuestra misión.
#5
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El viento frío de la noche azotaba mi rostro mientras tambaleaba de vuelta a casa. Cada paso dolía. El golpe en el abdomen me había dejado maltrecho, y aunque el hechizo de Gael no había conseguido matarme, me había destrozado por dentro. Cada respiración era un recordatorio de mi debilidad, de mi fracaso.

El silencio de la noche solo intensificaba el peso de mis pensamientos. No había triunfado, no había conseguido la información que buscaba y, peor aún, había quedado a merced de un tipo que, hasta hacía unas horas, no sabía que existía. Gael había jugado conmigo, me había lanzado dudas que ahora no podía sacarme de la cabeza. ¿Aliados en el Ministerio? ¿Quién me traicionaría? Cada vez que lo pensaba, una punzada de paranoia me recorría. Sabía que en ese lugar no había amigos, pero siempre había creído que mi trabajo solitario me mantenía a salvo de esas intrigas.

Todo lo que me había pasado últimamente, todo lo que me había puesto en esta situación, me estaba alcanzando. Desde las investigaciones de Duendigonza hasta el maldito Daniel Phillip.. todo parecía desmoronarse. Los enigmas sin resolver, las traiciones invisibles, y ahora, la certeza de que ya no estaba seguro en ninguna parte. Pero Daniel es apenas un estudiante.. no podía ser él

Tropecé mientras me acercaba a la puerta de mi casa. Una pequeña, discreta y antigua, en un rincón oscuro de Londres. Desde afuera, no parecía que alguien como yo viviera ahí. Abrí la puerta lentamente, el dolor en mi costado recordándome lo inútil que me había sentido esa noche. Todo lo que había intentado, todos los trucos y los recursos que había acumulado durante años, no habían sido suficientes. Gael me había superado en cada movimiento, y eso dolía más que el golpe físico.

Me dejé caer en el sillón, sintiendo el cuero frío bajo mi piel, y cerré los ojos. Lo peor no era la derrota, sino lo que significaba. No era un simple golpe en un duelo cualquiera; era una señal de que estaba perdiendo mi toque. Antes, nadie me hubiera alcanzado así. Antes, habría salido de esa arena con la información que buscaba, con mi dignidad intacta. Pero ahora... ahora era diferente.

Memoria post asalto Mortifago, con Gael Richetti

#6
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