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Baúl de Phillip Windsor

Publicado por Phillip Windsor, Sep 30, 2024, 06:36 PM

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Phillip Windsor Rey del Reino Unido
En el primer amanecer del universo, la luz y la oscuridad eran simples elementos de la realidad, fuerzas cósmicas sin propósito ni conciencia, fluyendo en una vasta sinfonía física. Los astros vagaban en armonía, las estrellas nacían y morían sin testigos, y las galaxias se formaban en el vacío absoluto. La materia y la energía, en su pureza originaria, carecían de juicio; no existía el bien ni el mal, sólo el pulso eterno del cosmos que latía en silencio. No fue sino hasta la llegada del ser humano, diminuto y frágil, pero dotado de gran poder, que el universo mismo se transformó. Las fuerzas que hasta entonces eran meramente físicas, comenzaron a tomar nuevas formas, abstractas pero infinitamente poderosas. La luz y la oscuridad buscaron refugio en los corazones de los hombres y mujeres. Allí, en el interior de sus almas, estas fuerzas opuestas comenzaron una lucha implacable que habría de gobernar el destino mismo de toda criatura viviente bajo los cielos. Así, el universo, que hasta entonces había sido sereno en su equilibrio, comenzó a temblar. Las primeras civilizaciones se alzaron con leyes y preceptos destinados a construir un orden, una suerte de equilibrio frágil que los protegiera del caos que acechaba en las sombras de la creación. Tal vez sin comprenderlo del todo, aquellos antiguos sabios intentaban contener la oscuridad valiéndose de la luz como si fuese una espada. Alzaron templos, escribieron códices sagrados, y erigieron imperios, todos con el propósito inconsciente de mantener a raya aquello que se escondía en los abismos del alma humana. Mas, en su afán por dominar la luz, olvidaron una verdad fundamental: cuanto más brillante sea la luz en la que te ampares, más largas y profundas serán las sombras que proyecte. Dichas guerras se desencadenaron bajo los estandartes de la luz. Millones de personas lucharon y murieron, convencidos de que sus actos eran justos, de que al empuñar la luz habían ganado el favor de los cielos, el favor de los Senexus. Pero en cada espada que se alzaba en nombre de la justicia nacía una sombra más terrible que la propia crueldad que pretendían erradicar. Esta batalla nunca conocerá su fin. Porque no es una batalla entre mortales, ni siquiera entre naciones, sino un conflicto eterno y cósmico entre dos fuerzas originarias de algún rincón perdido del universo. Nadie escapará de las llamas.
El niño cerró la tapa del libro y acarició el lomo como si fuera una mascota, con sumo cuidado, con una delicadeza sin igual. Luego observó la carátula, donde rezaba el título. Había leído aquel tomo cientos de veces, pero siempre se emocionaba como si fuera la primera, descubriendo verdades que parecían habérsele pasado en un principio. Sí, casi podía decirse que amaba ese libro, si es que supiera lo que era en realidad una emoción como esa. Desde el sillón de una de las cientos de habitaciones que todavía quedaban en pie en su palacio, observó a través de la ventana. El manto nocturno había cubierto los cielos con pocas estrellas. La luna, solitaria, le devolvía la mirada. Ella era su única amiga, la única en la que podía confiar. Y la única que le caía bien, debía decir. Cuando le hablaba, no le respondía. Cuando conversaban, no le interrumpía. Y ese era uno de los mayores placeres para un niño como él. Llamaron a la puerta de la estancia y un hombre apareció tras ella. Era corpulento y también de pocas palabras, como su luna. Hacía años que le acompañaba y, aunque su presencia no era de su agrado, había acabado por acostumbrarse. No sentía nada hacia él, aunque a veces el chico pensaba que, si fuera alguien normal, le odiaría. Todas las atrocidades que había hecho, su mera razón de ser y de estar acompañándole, le debían horrorizar. El niño sabía que tanto él como todos sus compañeros habían orquestado el asesinato de sus padres. Lo había escuchado tiempo atrás en una llamada telefónica que tuvo aquel hombre, supuestamente en secreto. Él no había dicho nada, porque sabía que si le contaba que le oyó, acabaría muerto. Y eso era algo que no podía permitir, no si quería vengarse. - Le he traído el libro, tal y como me pidió. No quiero saber qué se propone con esto, pero tampoco deseo saberlo. - dijo el hombre tras dejar un libro bastante viejo a la par que grueso sobre una de las mesas del lugar. El niño, como respuesta, asintió e hizo un leve movimiento de su mano, despachándolo. Sabía que tenía ese poder en la personas. No solo era algo de su personalidad, sino que le era heredado por derecho. Podía pedir lo que fuera y lo obtendría al poco tiempo. El hombre se fue, por lo que el niño se levantó y agarró el libro, poniéndose manos a la obra. No le fue demasiado complicado elaborar una poción como aquella pues, al fin y al cabo, era la persona más inteligente que conocía, aunque tampoco conociera a mucha gente. Siguió los pasos que se indicaban y logró que el frasco adquiriera las tonalidades que se suponía que debía tener. Además, él sabía qué era la magia. Su madrastra le había enseñado por un breve periodo de tiempo lo que era. Sabía que podía usarla, mas de una forma un poco torpe todavía. Por todo ello, pudo elaborar la poción antes de que el sol volviera a levantarse por el horizonte. El niño llevó su mano derecha a los dedos de la izquierda y rozó aquel anillo que había encontrado en los escombros de su palacio, cuando tiempo atrás fue atacado por desconocidos. Y, antes de beber la Poción de Crecimiento Acelerado, con los ojos puestos en el oro que coronaba su índice, Phillip Windsor repitió unas palabras que se le habían quedado grabadas en su cabeza: - Nadie escapará de las llamas.
Usé la poción "Poción de Crecimiento Acelerado"
[Año 1]

Phillip Windsor Rey del Reino Unido
Philip pasó su indice sobre el relieve del logo de la casa real con la mirada perdida. Para cualquiera que lo estuviese mirando pensaría que estaba aburrido o que simplemente no estaba prestando atención. Pero esa no era la realidad. El futuro Rey estaba completamente atento a todo lo que ocurría a su alrededor. Donde estaba cada uno de los sirvientes, los movimientos que hacían y todo lo que murmuraban. Que patéticas y miserables eran sus vidas que todo lo que les importaba eran puras trivialidades. Pero él era bueno para ocultar sus pensamientos. Parte de su educación había sido el siempre mantener un rostro sereno aunque las cosas no fueran como lo esperaba. Una simple mueca podía hacer que sus enemigos se dieran cuenta de sus planes y eso como futuro gobernante era algo que no se podía permitir. El monarca se levantó con un gesto elegante mientras que su capa roja como la sangre caía a su espalda con majestuosidad. El silencio se hizo en la sala mientras él tomaba su copa de oro y la levantaba. Todos pensaban que estaba bebiendo agua pero en realidad el contenido de aquella copa era esa Poción de crecimiento acelerado que no le quedaba otra opción que ingerir Por el futuro grandioso de nuestro país ¡Salud! Bebió el contenido de un trago mientras escuchaba a todos murmurar la típica frase que le dedicaban siempre "Larga vida al Rey Philip". Empezó a caminar, rumbo a su habitación, seguido por aquellos hombres que su tutora había dejado para que lo cuidaran. O más bien para que lo vigilaran. El infante se seguía comportando con ellos de la misma manera que siempre aunque por dentro hervía una rabia fría. Deseaba cobrar su venganza. Ahora que sabía toda la verdad no podía quedarse de brazos cruzados. Pueden esperarme afuera Le informó a los hombres mientras entraba en su cuarto y cerraba la pesada puerta doble. Solo allí, en la intimidad de su alcoba podía poner su verdadera cara, asqueada de estar rodeado de esos imbéciles pusilánimes que no tenían ni un poco de personalidad. Se detuvo frente al cristal de su ventana para poder ver el exterior del castillo. Su reflejo le devolvía una mirada cargada de ira y podía sentir el poder en su interior fluyendo por sus venas. Pronto, muy pronto todo saldría como debía ser Y no habrá nadie que pueda detener el fuego abrazador de la venganza Murmuró para si, acariciando el anillo de su mano izquierda como si fuera una promesa.
Usé la poción "Poción de Crecimiento Acelerado"
[Año 2]
#1

Phillip Windsor Rey del Reino Unido
Hacía décadas que los grandes castillos de los monarcas de todo el mundo habían dejado de tener celdas para los presos, dado que ya no eran necesarias. Para eso estaban las prisiones que construía el Estado, con tal de recluir a los malhechores y malvados que intentaban salirse del orden establecido que imponían las normas del país. La ética no era algo con lo cual se podía jugar, cosa que Phillip Windsor ya había podido comprobar a pesar de su corta edad. Quien intentara salirse con la suya, terminaría encerrado durante unos años tras unos barrotes, observando cómo la vida pasaba por delante de sus narices sin tener la mínima oportunidad de hacer nada al respecto. Y si bien era cierto que él no tenía la potestad de encarcelar a nadie, puesto que tan solo era una figura representativa y diplomática (a ojos de sus ciudadanos), Phillip estaba sediento de venganza por lo ocurrido a su familia y las consecuencias que ello trajo para con su psique. Tal vez utilizar el adjetivo vengativo era ser demasiado generoso, sobre todo teniendo en cuenta que el futuro rey de Reino Unido era un sociópata. No albergaba emoción alguna en su corazón, al igual que tampoco sentiría jamás culpa por ninguno de sus actos. En su cabeza solo había un fin último que deseaba alcanzar, indiferente a los medios que debiera utilizar para llegar hasta este. Era por esa razón por la cual, en una habitación del ala del castillo que todavía permanecía semi-derruida, aquel hombre que siempre le había acompañado estaba atado con grilletes de manos y pies. Debido a la tremenda crisis que estaba sufriendo el país, era demasiado ávaro utilizar el poco dinero que quedaban en las arcas para restaurar el inmenso castillo. Nadie iba allí, tan solo Phillip había estado deambulando por los escombros de lo que una vez fue parte de su hogar. Era el lugar perfecto para tener cautivo a alguien, aunque ya no existieran las celdas. Dicho lugar, aquel que sus compañeros habían destruido, sería la prisión donde permanecería en sus últimos momentos de vida. Ahora bien, ¿cómo había conseguido tal hazaña? El mortífago que siempre había sido como su sombra era un hombre entrado en años, mayor que él y, por su puesto, más fuerte físicamente y mucho más poderoso en habilidades mágicas. La respuesta era muy sencilla: el libro que dos semanas atrás le había regalado a petición había sido su perdición. Una simple poción para dormir que le había suministrado y una Solución Fortificante que el niño había ingerido fueron la clave para que aquella escena estuviera ocurriendo en ese mismo instante. El rey daba vueltas en círculos, pensativo. El hombre tenía en su cuerpo diversas heridas, algunas leves... y otras más profundas que irradiaban cierta oscuridad desde su interior, producto del monstruo que dormitaba en el alma de Phillip - Entonces... dices que hay un Ministerio de Magia. Y en su interior existe un lugar que me permitirá crecer más rápido y hacerme más fuerte. - Repitió el niño, observándole para, luego, volver a seguir su rutina circular. Por su parte, el hombre asintió entre sollozos. Frente a él tenía a un chico de diez años, pero acababa de comprobar que Phillip era mucho más que eso. - Y dices que mi... protectora - escupió esta última palabra mientras aquel tic nervioso, acariciar el anillo de su dedo, hacía acto de presencia. - Se halla en Avalon, un castillo secreto y al cual nadie puede acceder a menos que conozca su ubicación. El hombre malherido volvió a gemir mientras susurraba un leve sí, por favor no me hagas daño. El niño se acercó y clavó su mano, coronada por aquel anillo, en la herida más grande, una que estaba justo sobre el corazón del varón. - Oh, pero es que te voy a hacer mucho daño. Tan solo tienes una elección ante ti: decirme todo lo que necesito y morir rápido o... ver cómo acabo con tu vida de la manera más lenta y dolorosa posible. - Los gritos hacían eco en las paredes del lugar, mas no había absolutamente nadie cerca durante esa noche para escucharle. Fue así como Phillip Windsor consiguió todo aquello que deseaba, dado que el hombre no se hizo de rogar. Antes de matarlo finalmente, se alejó un poco de él y, con voz solemne, recitó las siguientes palabras, extraídas de otro de esos libros que tantas veces había releído:
Maestros del destino, escuchad nuestro lamento, la sombra se extiende, se acerca el momento. Los días se acortan, las noches se alzan, y el eco del mundo en tinieblas avanza. El futuro se cubre de negro manto, un velo implacable que ahoga el encanto. Nada se escapa de este cruel designio, pues todo se rinde a vuestro dominio. El destino está escrito, la senda es cerrada, y ante su fuerza, toda luz queda apagada. No hay esperanza que pueda brotar, la oscuridad avanza, no se puede parar. El tiempo se cierne, su pulso declina, y toda chispa muere en la sombra divina. Las estrellas se apagan, los cielos se cierran, y bajo su peso, los hombres se quiebran. Guías de la verdad, escuchad nuestra voz, nuestra alma se inclina ante el oscuro atroz. Sabemos que viene, la aceptamos sin prisa, pues vuestro poder sobrepasa toda brisa. Así os rogamos, senexus del cielo, que guíen la senda de nuestro anhelo, porque en las llamas de esta contienda, sólo vuestra gracia en ellas trascienda.
Y así, justo después de beber el frasco que contenía la Poción de Crecimiento Acelerado y hacerlo estrellar contra el suelo, y tal y como sucedió durante la Cumbre de Paz, el obscurial se apoderó del cuerpo de Phillip Windsor. Sus ojos se ennegrecieron con una oscuridad impenetrable mientras una sonrisa macabra se formaba entre sus labios. El hombre encadenado no pudo hacer nada contra un poder como tal, muriendo en el acto. Mas aquel ser que ahora dominaba al rey de Reino Unido no podía parar, abatiendo su cadáver ya marchito, una y otra vez. Pues, en su mente, solo había una cosa. Una persona que se lo había arrebatado todo y que, sin lugar a dudas, no pararía hasta que su sangre corriera por sus fauces y su alma se perdiera en la más terrible de las pesadillas:
M̶̡̨̧̥̺̲̘͕̭͍̯̳̦̱̘͎̔̋͛͌Ö̵̡͓̞̹̩͙̹̫̖͎̬̯̟͓̩̙̲͇́̑͋̌̚͜Ŗ̴̡̬̞̮̲̞̖̞̥̠̞͖͖̜͐̇͊̄͑̇̏͐̾̐̈́͐̈́̍̈́̚͝͝͝G̷̩̤͍̒͐̾̒̀͌̌̅̈́͐̒̈͛Ā̶̡͙̪̗̤̥̱̦̪̩̥̥̉̅̽̽̑̍͋̃̿̃͛͌̓̒̎͜͜Ṅ̵̛͈̱̿̑̇̃̀͋́̓̈́̒̉́̿̚͘͝Ą̸̨̦̩̻̣͈̞̙̳̲̞͍̦̘̖̲͕̎̽͂͌͌͘̚͠ͅ ̶̧̨̡͇̙̦̮͍̤̥͕̘̣̲̖̬̺͒̃̔̅͘L̸̜̿͐͗̅̏̏͒̈́̚͜E̴̜̾̽̀̔̌́͒͗̇͊̅̇̈̽̈́̚͠͠͠ ̸̳̝̯̘͙̂̄́̈̅̄̈̃̒̄̀͘͘F̷̨̨̛͉̞̣͓͓͓̺͚̟̼͊͂̈́̄̒̏̒͒̒̓͛͗͜͝A̶̢̳̦͆̂Y̵̳͙̒͊̉̈̀̎͐
Usé la poción "Poción de Crecimiento Acelerado"
[Año 3]
#2