Me arrebataste todo cuanto amé, incluyendo mi propia infancia; y ahora... Ahora sobre estas cenizas gobernaré yo, y haré mi imperio de tu odio, de tu sangre y del fuego.

I'm a princess cut from marble, smoother than a storm And the scars that mark my body, they're silver and gold My blood is a flood of , precious stones It keeps my veins hot, the fires find a home in me I move through town, I'm quiet like a fire And my necklace is of rope, I tie it and untie it

Volvía a estar sola, tan sola que siquiera el eco de su respiración llegaba más allá de las bóvedas altivas del dormitorio a compartir con ella misma y su sacrosanta compañía. Así pues, dejó que la suave curvatura de su anatomía filtrara las fibras compactas del satén rosáceo de la bata, mientras ella repetía el movimiento: Incorporarse para después dejar caer el peso de su cuerpo sobre el mullido cojín del asiento. Frente a ella descansaba una vidriera compuesta por bordes de madera pulidos y desgastados, a través de la cual admiraba su propia estampa, aunque no desde la vanidad de la cual nace el ser humano, sino más bien como una Venus. ¿Hedonismo, pues? Las lozanas hebras, claras como los acordes de la misma Luna, cayeron frente a las clavículas de la dermis impúdica de su torso, sobre los bordados tímidos que terminaban en un único lazo de cola de ratón del mismo material, satén.

El cabello enmarcaba la forma oval de su rostro, dándole esa apariencia única, impertérrita, casi distinguida entre los miembros del linaje de su sangre. Pensaba en ello a la vez que desquitaba de sus delgados y pequeños dedos blanquecinos cada uno de los anillos de oro, rubíes, cuarzo y opalina. ¿Cuán valiosa debía ser su estampa? ¿Cuán adorada? Cruzó las piernas, dejando que el peso de su espalda balanceara el cuerpo hacia atrás, era una chiquillada, su pequeño secreto, pero suyo; así que alzó una de las piernas y la abrazó. 'Los reyes no tienen amigos, sólo detractores y afiliados' pensó, como si pudiera avanzar en su descubrimiento gran parte de aquel tablero de ajedrez invisible.

La amistad era una pluma en una mesa relegada al acero y la plata, algo insulso, mediocre... Pero en cierta medida, esa mediocridad gozaba de la necesidad de la bondad tonta del ser humano por sentirse parte de un todo común. Dicho pensamiento llevó a la blanquecina a trazar uno de los mechones tras su oreja y volver a sus plegarias nocturnas. Aquellas donde casi siempre aparecía su madre, y rara vez, ella misma.