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Más cautelosos que nunca, ambos hermanos avanzaron por los pasillos angostos del sótano. Pese a ser tan solo una habitación más de la casa, el sótano parecía ser mucho más grande que la residencia sobre la cual estaba construido, probablemente gracias a algunos encantamientos que su padre había colocado en el lugar para que fuese lo suficientemente espacioso como para mantener todo ordenado... o adentro... Tras navegar un poco entre estanterías cubiertas de polvo, frascos con sustancias desconocidas, jaulas con runas brillando tenuemente, y pergaminos enrollados en vitrinas; al fondo del lugar hayaron un cofre antiguo y polvoriento el cual contenía el archivo sellado de Sebastian Winters.

—Los registros más antiguos deben estar aquí. -Murmuró Alice al tiempo que desenrollaba uno de estos y comenzaba a ojearlo con interés. -Espero que alguno de estos pueda darnos alguna idea de lo que le ocurrió a papá.

Leon asintió con la cabeza, redoblando los esfuerzos de su hermana en revisar uno por uno los rollos de pergamino dentro de aquel baúl. Había demasiada información, pero ninguna de ella remotamente relacionada al caso. Entonces, luego de urgar un poco más al fondo del baúl, Leon se concentró en una pila de diarios encuadernados en cuero. Reconoció la caligrafía de su padre al instante: elegante, ordenada, obsesivamente detallada.

Sin pensarlo dos veces el vampiro abrió uno de los broches que mantenían cerrados los diarios y comenzó a pasar página tras página, aprovechando sus sentidos agudizados para hacer una lectura mucho más rápida de lo que un humano podría. A gran velocidad y con mucha destreza, el vampiro comenzó a devorar las páginas una tras otra hasta que algunos párrafos llamaron su atención.

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—Aquí. —Dijo, abriendo el tomo en una página marcada con el símbolo egipcio de Maat, la diosa de la verdad—. Recuerdo esto. Yo estuve ahi. Esta anotación de papá es de nuestro viaje a El Cairo.

Alice se acercó hasta donde se encontraba Leon, asomandose por encima de su hombro para poder ver lo que contenía el libro que el chico sostenía. Su expresión denotaba el cansancio que sentía y lo mucho que se esforzaba en hayar alguna conexión entre eso y la enfermedad de su padre.

—Ese fue el viaje en que devolvieron una esfinge ¿No es asi?

Leon asintió.

—Fue una misión de rescate. Unos cazadores ilegales habían capturado a una joven esfinge. Nos costó semanas encontrar su territorio original, pero finalmente logramos devolverla a la cripta en la cual la habían capturado. Papá estaba fascinado con las inscripciones de aquella tumba.

Alice se reincorporó de un salto.

—¿Tumba? -Preguntó, visiblemente consternada. -Nunca mencionaron nada sobre una tumba. ¡Por los dioses Leon! ¿De verdad papá y tu asaltaron una tumba?

Aquella pregunta tomó al vampiro por sorpresa. ¿Cómo y por qué su hermana había llegado a la conclusión de que tanto Leon como su padre eran unos saqueadores de tumbas?

-¡No!¡No! -Exclamó Leon, moviendo frenéticamente los brazos. -¡Por supuesto que no! Pero algunas esfinges crean lazos emocionales con los lugares que se supone que deben proteger. Al parecer esta tenía una clase de apego por ese lugar. Y no era para menos. Todo ese lugar estaba repleto de magia arcana.

-¿Magia antigua y una tumba egipcia? -Alice tenía la misma cara que su madre ponía cuando intentaba hallarle el sentido a uno de los soliloquios de su padre. -Creo que esa pequeña información hubiese sido muy útil tenerla desde hace mucho tiempo, Leon. -Añadió con aquella vena sarcástica que la caracterizaba. -¿Que clase de tumba era?

—No era común. Tenía encantamientos que ni siquiera los rompemaldiciones egipcios quisieron tocar. Papá insistió en explorarla mientras yo distraía a la esfinge. Dijo que encontró algo interesante, pero nunca me contó que era.

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Leon continuó buscando en los registros de aquel viejo tomo de cuero que tenía en sus manos. Nunca se le hubiese ocurrido que aquella visita a El Cairo pudiese estar relacionada con lo que sucedió; sin embargo, aunque todo comenzaba a hacer sentido en su cabeza, había aun muchas interrogantes con respecto a ese tema. Si su padre había sido afectado por una maldición en aquella tumba, lo lógico es que los rompe maldiciones pudiesen haberla detectado o sus sintomas pudiesen haber sido tratados en San Mungo. No obstante, eso no había ocurrido. El rápido deterioro de su padre, al parecer, no tenía ninguna explicación lógica y eso tenía a todos confundidos. A pesar de eso, Leon no perdió la esperanza, su padre siempre había sido una persona obsesivamente meticulosa con todo lo conscerniente a su trabajo como Magizoologo. Si la respuesta estaba en algún lugar sería en las anotaciones que tenía su padre.

El vampiro continuó leyendo página tras página a una velocidad vertiginosa cuando, de pronto, encontró algo que llamó su atención.

—Aquí. Mira. -Dijo Leon señalando con el dedo el renglon te texto que rezaba: -"Han pasado dos semanas desde nuestro viaje a El Cairo. Espero que aquella joven esfinge la esté pasando mejor ahora que se encuentra en su habitat natural. No obstante, desde nuestro regreso de aquellas tierras he estado notando algunos cambios sustanciales en algunas criaturas, en concreto, los chizpurfles del ala sur. Estos paarecen mostrar una afinidad por consumir energía vital en vez de mágica. Este cambio resulta tanto fascinante como preocupante. Su agresividad ha aumentado y me ha sido necesario recluirlos en aislamiento permanente hasta averiguar que es lo que sucede con ellos. Algo parece haber afectado su composición mágica."

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—¿Chizpurfles? -Al escuchar las palabras de su padre leidas por Leon, Alice palideció. ¿Como era que ella no había notado el mismo cambio en esas criaturas? Se suponía que debía ser la mano derecha de su padre; sin embargo, un detalle tan crucial como ese había pasado desapercibido debajo de sus narices. Eso solo hizo que sus inseguridades salieran a flote una vez más. -Papá nunca me contó nada sobre eso. Y yo... yo nunca me dí cuenta Leon. ¡Dioses! ¿Como pude no haberme dado cuenta de eso? Se supone que yo era quien ayudaba a papá con el santuario. Yo... debí saberlo...

Leon, al percatarse del estado de su hermana, soltó por un instante el tomo sobre la mesa de madera y sujetó a su hermana en un abrazo estrecho. Leon sabía perfectamente lo que ese tipo de sentimiento de culpa podía hacerle a una persona. Él mismo lo sentía a veces. La lección más dura que aprendió al querer convertirse en un "heroe" fue que: "no siempre puedes salvar a todos".

-No es tu culpa, Alice. -Dijo Leon, aunque la chica parecía demasiado alterada para poder escucharlo. -Papá debió notar que había algo muy peligroso en esas criaturas y evitó involucrarte para protegerte. Papá siempre hacía eso. Él siempre nos protegió.

Las palabras de Leon, aunque no eran lo que Alice quería escuchar en ese momento, lograron hacer que la chica se calmase por un rato. Las lagrimas aun caian sobre sus mejillas en uno de los pocos momentos en los que la chica se mostraba vulnerable con alguno de sus hermanos. Era una sensación cálida y comoda, el abrazo de Leon, aun cuando por ser vampiro su cuerpo era mucho más frio de lo normal, lo único que Alice sentía en ese momento era el calor del amor de su hermano.

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Alice demoró un par de minutos en los brazos de su hermano. Pero cuando sintió que su orgullo no soportaba más el verse así de patética se apartó lentamente de Leon, mientras aun intentaba calmarse un poco. Una vez que hubo recuperado la compostura por completo, Alice prosiguió, había un par de cosas que la tenían intranquila.

- ¿Crees que papá trajo un objeto de la tumba sin saber que estaba maldito? -Preguntó, aunque estaba completamente segura de que su padre no sería tan irresponsable como para juguetear con objetos malditos de una tumba, aun cuando era una persona increiblemente curiosa e investigativa. Asi era la vida del magizoologo. -Es muy arriesgado. No suena a algo que papá haria ¿no?

Leon negó con la cabeza.

—No creo que lo haya tomado. Al menos no a propósito. -Dijo Leon. El tampoco dudaba de la curiosidad natural de su padre, pero parecía algo demasiado temerario incluso para él. -Es posible que haya tocado algo inadvertidamente o, si es que trajo algun tipo de objeto, probablemente se encontraba sellado o inactivo. Sin embargo, si un objeto así existe, es posible que su maldición se haya filtrado hacia las criaturas y de alguna forma... afectarlas... mutarlas en algo diferente. Sin embargo, conociendo a papá, al darse cuenta de eso probablemente quizo estudiarlas él mismo. Debía asegurarse de comprender que era lo que le estaba ocurriendo a las criaturas, para asegurarse de que no fueran peligrosas para los demás... para nosotros.

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—Y si papá estuvo en contacto constante con ellas... Pudo enfermarse lentamente, sin que nadie lo notara. -Respondió Alice, quien comenzaba a entender como todas las piezas del rompecabezas comenzaban a caer alineadas a la perfección. Sin la ayuda de Leon toda esa investigación le hubiese tomado días, quizás semanas. Pensar que para ese entonces podía haber sido muy tarde le hizo poner la piel de gallina.

Leon dio una ultima ojeada al díario antes de cerrarlo con un chasquido y se volvió para ver a su hermana. Su mirada era completamente seria y resoluta. Era un hombre con una misión y no pararía hasta terminarla.

—Tenemos que encontrar ese objeto maldito. Si sigue aquí, puede estar emitiendo algun tipo de energía corrupta. Y si no lo destruimos o aislamos de alguna manera, papá no va a mejorar. De hecho podría empeorar.

Ambos hermanos se miraron fijamente, sabiendo que habían encontrado la primera pista real. Pero también, que el peligro estaba más cerca de lo que imaginaban y que el reloj no estaba corriendo a su favor. Debían ser rápidos pero tambien cuidadosos. Después de todo, no tenían idea de que era a lo que se enfrentaban.

—Vamos a registrar el depósito de objetos mágicos. -Comentó Alice, avanzando con decisión hacia otro juego de escaleras que los llevaría a un nivel más profundo del sótano. -Si papá trajo algún recuerdo de su excursión a El Cairo, debió guardarla ahí.

Leon asintió y después de eso la siguió. Llevaba su varita desenfundada y sujeta firmemente en su mano. No había forma de saber lo que les esperaba al lidiar con objetos malditos; sin embargo algo era completamente seguro, bjo los cimientos de la Casona Winters, entre secretos antiguos y magia corrupta, una verdad estaba a punto de despertar.

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El cuarto de objetos mágicos parecía más la galería de un museo que un almacén. Estanterías repletas de artefactos de todo el mundo, vitrinas selladas con piedras rúnicas, cofres encantados y estatuas de todo tipo que parecían observarlos mientras pasaban. Aquella galería no solo plasmaba los más importantes trofeos de Sebastian Winters, sino los recuerdos de toda una vida de trabajo.

—¿Recuerdas esto? —preguntó Leon, tocando suavemente la base de una estatuilla de roca lisa en la que un Kelpie se encontraba tallado en una pose bastante amenazante.-Papá lo trajo de las cavernas marinas de Noruega, luego de que un Kelpie intentó devorarlo antes de que lograra petrificarlo. Se que es solo una estatua, pero a veces pensaba que este era el Kelpie de verdad.

—¡Claro! ¡Yo tenía pesadillas con ese bicho! -Exclamó Alice. -Pensaba que saldría por el drenaje y me arrastraría al fondo del lago. Papá estaba loco. -Hizo una pausa. De verdad, su padre estaba loco, pero nunca lo había visto más feliz que cuando contaba sus aventuras. -En el mejor sentido.

Los hermanos siguieron revisando cada estante, abriendo cofres, inspeccionando bolsas encantadas y reliquias selladas. Un reloj que iba hacia atrás. Una máscara tribal que cambiaba de forma según el humor del portador y un sin fin de artefactos cuyo origen o propósito les resultaba igual de desconocido.

—Nada. No hay ni rastro de ese misterioso objeto egipcio o cualquier cosa que emita energía corrupta. —Dijo Alice, frustrada, dejando caer una carpeta mágica sobre la mesa.

Leon se pasó la mano por el cabello. El lugar estaba saturado de magia, lo cual dificultaba percibir cualquier rastro de magia oscura. No obstante, pensó que si se conentraba lo suficiente podría utilizar su habilidad de percepción de auras para ver si había algo más allá de la magia normal en los objetos.

Leon cerró los ojos, inspiró y dejó que su naturaleza vampírica tomara el control, activando la percepción profunda de auras mágicas. El mundo cambió. Los objetos brillaban como estrellas, cada uno con un matiz diferente.

Entonces lo vio. Un destello púrpura. Oscilante. Inestable.

—Allí. —Dijo, señalando un viejo morral de viaje colgado en una esquina, cubierto de polvo.

—Ese era el favorito de papá. No viajaba sin él. —murmuró Alice.

Leon se acercó. El aura era densa, y cargada de una energía que invitaba a acercarse pese a lo peligrosa que parecia. Era como una mosca yendo hacia una planta carnivora. Tan solo se necesitaba cerrar la distancia, algo que el vampiro hizo sin pensarlo bien.

Apenas tocó el morral, la magia contenida en este lo invadió. Leon gritó, sus ojos se pusieron en blanco y su cuerpo se arqueó hacia atrás hasta caer al suelo, convulsionandose.

—¡Leon! —gritó Alice, arrodillándose junto a él, agitando su varita— ¡Finite Incantatem! ¡Leon, despierta!

Pero Leon ya no estaba allí.

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La mente de Leon, separada de su cuerpo por efecto de la magia residual contenida en el morral de su padre, viajó descendiendo por un túnel de sombras y fuego. Lo que ahora podía observar no eran sino visiones del pasado y simbologías que no lograba entender. Vio arenas doradas arrastradas por vientos antiguos, grandes columnas de piedra y un templo enterrado bajo siglos de olvido. Dentro del mismo, una figura envuelta en vendas negras se erguía imponente cerca del cuerpo del altar. Su rostro estaba oculto por una máscara de obsidiana y sostenía una extraña varita que parecía de marfil con varios simbolos arcanos grabados en toda ella.

El hombre tras las vendas parecía estar conjurando algún tipo de hechizo.

—Ankhu-Ra... —susurró una voz—. El inmortal. El sellado.

Vio al mago conjurando bestias híbridas, criaturas nacidas del dolor y la codicia. Vio su caída, traicionado por sus propios discípulos, en una batalla en la que solo pudieron prevalecer gracias a la ayuda de las esfinges que ahora custododiaban la tumba de aquel mago tenebroso. Pero más importante aun, observó una caja pequeña de madera, hechizada con parte del alma corrupta del mago, dispuesta para manipular la mente de aquellos que profanasen su tumba. Y por último vio a su padre, siendo controlado por el objeto maldito, tomandolo y ocultandolo en su morral, antes de que unos ojos como los suyos se fijaran en él antes de que una voz hablase de forma que pareciera que se dirigía a él mismo.

—Tú... sangre ajena... heraldo de lo olvidado.

Leon gritó.

Y entonces, Leon despertó.


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El regresar a su cuerpo hizo que el chico se sobresaltase de repente. Jadeaba, empapado en sudor, tendido en el suelo del cuarto de objetos mágicos. Alice lo sostenía entre sus brazos con lágrimas aun en sus mejillas.

—¡Leon! ¿Estás bien? ¿Qué pasó?

Leon, aún tembloroso, miró el morral. El aura púrpura seguía allí, pulsando suavemente como un corazón corrupto.

—No era un objeto cualquiera. Es un relicario. Contiene parte del alma de un mago oscuro... Ankhu-Ra. Y papá lo trajo sin saberlo. Probablemente bajo algun encantamiento parecido a un "Imperio".

Alice se estremeció.

—Entonces la enfermedad de papá...

—No es natural. Es una maldición latente. Y si no detenemos su avance... nos perderemos todos.

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Leon hojeó con cuidado el diario, las páginas crujían como si temieran revelar su contenido. Los símbolos grabados parecían vibrar a la luz tenue de las varitas, y por un instante Alice creyó escuchar un susurro apenas audible escaparse entre las palabras.

—Escucha esto... —dijo Leon, y comenzó a leer en voz baja—: "Las Arenas del Ka no pueden contenerse. Su propósito es devorar la carne y dejar solo lo verdadero. He sellado un fragmento en la bóveda inferior, bajo la protección de nuestra sangre. Nadie más debe saberlo."

Alice le arrebató el libro de las manos con brusquedad.

—¿Un fragmento? ¿Papá trajo eso aquí? ¿Está diciendo que tenemos encerrado un trozo de magia egipcia hambrienta en nuestro sótano?

Leon guardó silencio, pero el leve estremecimiento en sus manos le dio la respuesta a Alice.

Un sonido metálico resonó en el pasillo. No venía de ellos. Ambos giraron las varitas en la dirección contraria: una de las jaulas con runas parpadeaba, su luz debilitándose. Las cadenas vibraban como si algo invisible las golpeara desde dentro.

—Leon... —murmuró Alice, retrocediendo un paso—. No está sellado. Se está despertando.

Un viento helado recorrió el sótano. El pergamino que Alice sostenía se deshizo en polvo dorado entre sus dedos, y del polvo surgieron susurros en una lengua que ninguno de los dos reconocía.

Leon alzó la varita, decidido.

—Papá no vino aquí porque estaba enfermo... vino porque ya no podía contenerlo. Y ahora nosotros tenemos que hacerlo.

La jaula estalló en un estruendo de hierro y luz. De su interior emergió una sombra líquida, ondulante, que goteaba como arena negra en el aire, formando una figura humanoide sin rostro.

Alice tragó saliva.

—Si esto es un fragmento... ¿dónde está el resto?

La criatura abrió una grieta de luz carmesí en lo que parecía ser su pecho. Del interior, surgió una voz profunda que no pertenecía al mundo de los vivos.

"El resto... vendrá por mí."