La solitaria avenencia que regía el interior del apartamento confería al ya "joven-adulto" Lestrange de una expulsa pero reconfortante serenidad, aunque de tanta quietud, anhelaba el desorden y el caos de su compañero: con su voz alta y escandalosa, la movilidad de su fisonomía o el trasluz que filtraban los bucles de sus rizos. Era increíblemente distinto cuando poseía unos minutos de soledad en los cuales admirar cada cosa que amaba, y que desataba sus nervios con respecto a él. Cada parte que lo embelesaba de su recuerdo, no era nada más que otro signo de atesorar su presencia, desquiciado por el orden o no... bajo el punto de vista romántico del obscuro.

Con los dedos trataba de extender las prendas de ropa para doblarlas correctamente de un lado hacia otro, era el último uniforme escolar: corbata, túnica, pancartas de quidditch, el uniforme y las placas de algunos partidos... El lugar que les correspondía no era precisamente entre el resto de ropa común, sino un baúl restaurado de su bisabuelo, cuyo aspecto lustroso parecía más una caja fuerte antigua con grandes tiras de cuero de piel de trol, que un baúl muggle en sí. Allí guardaría los recuerdos de ambos escolares de forma conjunta debido al extensible divisor del objeto, dispuestos para recordar y tal vez, algún día que otro burlar las barreras de la vergüenza y volver a probarse esa ropa siempre y cuando a ninguno de los dos le quedasen pequeños los pantalones.

Entre los pliegues de las últimas prendas halló las últimas hojas de papel que el híbrido le había dedicado, ya que éstas fueron las primeras cartas que guardó antes de retirar todos sus objetos de la habitación compartida en el castillo; y al verlas, sencillamente atrajo hacia sí para olisquear el papel, poder rememorar todos los recuerdos que traían consigo las hojas, incluso los stickers de las pequeñas sirenas, eran más que recuerdos, más incluso que reliquias. Conformaban todas aquellas letras, una historia lenta que se desarrolló desde el segundo año estudiantil hasta el último, incluida la graduación.

Ahora tocaba reemplazar el uniforme escolar por varias telas seleccionadas cuidadosamente para formar un futuro, algo que al igual que mantenía los músculos tensos de la mandíbula, también le surgía la imperiosa necesidad de llenarse de la esencia de su profesión soñada.