Recuento de los daños..

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El eco de aquella promesa seguía resonando en su mente. Gea permanecía quieta, sentada en sillón del departamento con la mirada perdida en algún punto inexistente, incapaz de desligarse de la sensación de haber estado atrapada en un escenario que no le pertenecía del todo, que le había dejado desnuda ante la mirada de quien más le importaba en ese momento. Ese lugar, con esos recuerdos, esas emociones y sensaciones que le habían atormentado y que claro que también habían hecho sufrir a su novio...

Pensó en Nathan... en su voz, en la seguridad con la que sostenía que saldrían de ahí, y aunque parte de ella quisiera creer que solo era fachada, otra parte más honesta admitía que sin él no lo habría logrado. Había estado a su lado en los peores momentos, y eso lo atesoraba más que cualquier otro tesoro. Era extraño: en medio de la oscuridad, él se había convertido en un ancla. No solo por suavidad o ternura, sino por esa obstinada certeza de que no se dejaría caer, jamás.

Se sorprendió al descubrir que decir la verdad había sido liberador, admitir lo que sentía y lo que pensaba, incluso lo que temía. Esos recuerdos que le habían destruido cuando joven y que le habían hecho dudar de sí misma y del amor que le podía ofrecer alguien más, pero Nathan... él le había arrancado un peso que llevaba demasiado tiempo cargando en silencio, y aunque sabía que sus palabras no borraban años de desconfianza, sí abrían una grieta por donde entraba un poco de luz. Ella estaba dispuesta a volar a su lado, a ver el mundo de una forma más brillante. En su mente, ahora, tenía la certeza de que, pese a todo, seguían avanzando, como si a pesar del pasado lleno de sombras, de las heridas que ambos arrastraban, se estuvieran obligando a dar un paso más, uno tras otro.

Gea soltó un suspiro, sabía que no sería fácil... Curar heridas siempre era un proceso delicado, y las de ellos no eran superficiales: estaban incrustadas en lo más profundo de su historia. Pero, por primera vez en mucho tiempo, no sintió miedo de enfrentarlo, porque quería hacerlo a su lado, porque aunque fuera complicado, aunque doliera, lo deseaba. Y en esa voluntad había algo más fuerte que el absurdo, más fuerte incluso que el dolor.