Baúl de Lillie Windhunter

Publicado por Lillie Windhunter, Ene 05, 2025, 09:32 PM

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Lillie Windhunter Jefa de Sanación en Hogwarts | Diseñadora en FLEUR

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Lillie Windhunter Jefa de Sanación en Hogwarts | Diseñadora en FLEUR
"Un día
¿me sentiré parte de algo,
cómoda en mi piel,
sin sobrar,
siendo yo misma?

¿Un día encontraré un lugar
donde pueda encajar, donde no sea sobra,
sino parte de?
"

"Un día
¿sentiré que tengo un lugar en el mundo
que es mío, donde puedo ser yo,
donde hay otros como yo,
donde puedo hablar de la libertad,
del viento y del amor...?
"


¿Tal vez un día...? Un día, un solo día, lograra encajar, en un lugar que hiciera suyo, como hacía suyas las flores...

Sus pies se movieron ágiles sobre el hielo, cortándolo con las navajas adosadas a sus plantas dejando líneas que se entrecruzaban entre sí, que no daban espacio a pausas, sino que la seguían como si fueran sus huellas. El cabello rubio revolviéndose, envuelta en un vestido amarillo, amarillo sol, el mismo amarillo que detestaba y que ahora ni siquiera sabía si lo odiaba tanto como para no usarlo nunca. Los ojos cerrados, sintiendo el viento golpear su rostro, juguetear con los rizos dorados, con los patines como único ruido de fondo y su pensamiento constante sobre si ser ella misma significaba sufrir y sobre el mundo que la rodeaba, tan nuevo, tan extraño para ella. El cielo iridiscente, de colores brillantes, amarillos, naranjas y violetas, azules y negros, blancos y hasta verdes, mirándola desde arriba, ensoberbecido, tan cruel que si dejaba caer demasiado tiempo la pupila en sus colores, la hería, y el corazón ardiendo de dudas, de preocupaciones, de sin sabores. Encogiéndose de hombros de tanto en tanto para sí misma, con los brazos extendidos, continuó patinando con una música que le salía del alama. Su ritual de pensamientos, de declamar en voz alta, fue interrumpido por el sonido de un bastón que la hizo detenerse en un giro suave que raspó el agua congelada. Se quedó de pie, mirando a Pyotr caminar entre la nieve y el hielo que no parecían ni nieve ni hielo. La primera era más blanda, como si fuera de plástico y que se deshacía entre los dedos. El segundo, era más transparente que nunca. Él se acercó a su señora, en silencio, encendiendo un cigarrillo. Le ofreció uno a ella, que sin dudarlo, se llevó a la boca.

¿Tuviste éxito?— Preguntó con una extraña emoción en la voz. Después de unos segundos sin saber qué decir, él negó con la cabeza, mostrando el brazo izquierdo herido, ensangrentado. Se había alzado la manga de la camisa, y ahora miraba su propia sangre como si fuese una sentencia de muerte.—¡Pyotr!— Él hizo una seña, cubriéndose de nuevo con la ropa. Se apartó de ella.

—No hay forma. No hay forma, Lillie. No importa qué hagas, no importa qué tomes, no importa cuántas veces quieras arrojarte del acantilado. No hay forma.

Silencio.

El lugar en el mundo se le comenzó a hacer lejano, sobre todo porque no hallaba el mundo en el que podría ser parte. ¿Ahí podía serlo...? ¿Ese era el mundo destinado para ella, ahí, donde no tenía nada, donde lo había perdido todo...? La rubia volvió a acercarse con los patines, exhalando un poco del humo de lo único que parecía mantenerla cuerda, o quizá, lo único que la hacía enloquecer. El tabaco decorado con tristezas.

¿Crees que volveré a ver un día a Eros...?— Pyotr miraba al horizonte, a medias respirando humo, a medias jugueteando con el cigarrillo. Se encogió de hombros.—¿Y a Ganimedes...?— El mismo gesto. Volvía a encogerse de hombros. Lillie bajó las cejas, fumando en silencio, agachando también la cabeza.—Tenemos a menos de la mitad de los cuervos, no podemos hacer nada así tampoco...

—Pero también tenemos gente Tzimisce.

No son nuestros.

—Hagámoslos nuestros entonces, así como los Cuervos que faltan se harán Tzimisce. Hagámoslos nuestros hermanos. Hagámoslos recordar quiénes son. Hagámoslos jurar con plumas negras. Hagámoslos recordar que a ellos también les duele el alma, que tampoco pertenecen aquí y tampoco pertenecen allá. Que la lucha va más allá de la sangre y del acero. Hagámoslos luchar.

Lillie acomodó el cabello rubio, luego el cigarrillo. Miró al cielo o al intento de cielo, dibujado con pincel, con lápices y con pinturas suaves. Miró estrellas que no recordaba que estuvieran ahí. Las intentó guardar, sin éxito. Arrugó la naricilla.

Ni siquiera sé a dónde voy. ¿Cómo voy a guiar a todo un clan?

—El truco está en hacerlo parecer sencillo. Ellos tampoco tienen idea de a dónde van o qué harán. Pero tampoco serán capaces de alzar la voz para invitar a otros. Eso es lo que te diferencia a ti, Lillie De Saint-Pièrre, de ellos.

¿Qué propones?— Pyotr le dejó caer una mirada seca, con los ojos oscuros como dagas. Pero ella no retrocedió, sino que alzó la cabeza, alzó una ceja. Sonrió.

—Formar el clan de nuevo. Nuevos hermanos. Nueva sangre. Nuevas ideas. Nuevos objetivos. Objetivos que distan de los de nuestra antigua realidad. Objetivos que ni tú ni yo entendemos. Objetivos que dejaron de ser Tzimisce. Objetivos que son de los Cuervos. Porque aquí están ellos.

Lillie hizo una pequeña mueca, como si no estuviese convencida. Él caminó alrededor de la muchacha que alisaba el vestido amarillo. La apuntó con el bastón.

—¿Qué estás dispuesta a hacer por ver a tu hijo una vez más?

Todo.— respondió sin pensarlo. Pyotr asintió con la cabeza.

—Entonces, ¿qué esperas, mujer?— Tal vez un día...


.  .  .

Zapatillas y el sonido de un bastón, avanzando por una calle desierta. Las varitas en la mano. Hechizos murmurados de tanto en tanto para ahuyentar a las criaturas que no parecían ser sus amigas, y que tampoco permitirían que les hicieran daño. Tenían un destino ya conocido, perfectamente estudiado, casi estratégico. Ambos lo sabían. Y si querían engrandecer al clan, no tenían otra opción tampoco. Fue Pyotr quien abrió la puerta principal de aquel edificio en la Avenida Nebulosa. Y fue Lillie quien entró primero, con la varita en alto. Usó su obtenebración para darle forma a las sombras, una forma material casi atemorizante. Se apareció detrás de un joven, amenazando su cuello con la sombra afilada.

Fuera todos, si no quieren que los mate.— Eran un grupo de chicos que se refugiaban en el lugar. Algunos se miraron confundidos, otros se tomaron de las manos. Apuntó hacia uno de ellos, lanzando un hechizo que lo inmovilizó, rasgando ligeramente la piel del que tenía como rehén.—Dije que fuera todos, o los mataremos.— Asustados, salieron corriendo del recinto, dejándolos a ambos con las varitas entre los dedos y una pequeña sonrisa de victoria. Pyotr cerró la puerta tras de sí y protegió la zona.

—Es grande.

No querremos vivir apretados, ¿no?— Respondió ella, sonriendo, tomando asiento en un sofá que obviamente no les pertenecía, pero que harían suyo junto al resto de cuervos a partir de ese momento. Se recostó de lado, apuntando con la varita hacia una pared, como si fuera todo suyo. ¿Quizá comenzaba a serlo? Se desconocía a sí misma cuando todo aquello ocurría. Desconocía sus alcances, desconocía lo harta que estaba, lo cansada que se sentía. Desconocía la fuerza que poseía.—Algunos cuervos están en el barrio lúdico, y otros tantos están en el Hospital. No necesitamos que les devuelvan la esperanza en esos lugares. Necesitamos la esperanza en nosotros. Necesitamos los ojos aquí, el alma aquí. Necesitamos que recuerden lo que era la libertad no ejercida.— Pyotr tomó asiento en el sofá frente a la pared, analizando en silencio, las manos enguantadas entrelazadas entre sí, con la barbilla recargada en ellas y los ojos pegados a lo que Lillie decía. Terminó por asentir.

—Tendremos que traerlos aquí.

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Lillie lloraba, y lloraba mucho con todo lo que tenía que ver con el pequeño Eros, su primogénito y el tercer Windhunter de la línea de los Tzimisce. No le disgustaba el trato de su esposo, Ganimedes, no, al contrario. La hacía sentir que tenía mil motivos para permanecer en el mundo. Tampoco le disgustaba que le enseñara a usar a blandir una espada, o que lo llevase con los otros del clan para aprender y alimentarse como su raza debía hacerlo. Lo que le disgustaba era perder la infancia de su primer hijo, yéndosele como arena entre los dedos, tan rápido que sentía que lo estaba obligando a crecer. En realidad era así: lo estaban obligando a crecer. Y ella, que tanto había anhelado un bebé, no era capaz de hacerle daño a la única criatura que hacía que se mantuviera con los pies en la tierra, la única que la hacía evitar perder el piso. Cómo sollozaba. Cómo se había opuesto a eso.

Eros era un niño muy locuaz, muy animado, muy travieso. Hablaba rápido, se movía rápido, y era tan travieso que a veces a ella le costaba trabajo seguirle el paso, pues iba, venía, se subía, se bajaba, y ya sabía que le iba a generar más de un dolor de cabeza. Ahora que tenía cuatro años, Lillie estaba enamorada de sus charlas. Mezclaba el rumano con el francés, y a ella le gustaba peinarle los rizos con los dedos. "¿Eso viste?", le preguntaba en francés, al tiempo que el niño le contaba todo lo que había hecho con su padre. Ese día, decía él, lo habían llevado con una espada de madera, y él los había tumbado. Luego de eso, había arrojado la espada y había encontrado un gusanito. Lillie sonrió. Esa misma curiosidad. Esas mismas ganas de conocer el mundo, de aventurarse, de preguntarlo todo.

¿Y cómo era el gusanito?— Preguntó entonces, recibiendo todo un relato sobre los gusanos verdes, amarillos y rojos, y aquellos que tenían pinchos y aquellos que no los tenían, y por qué comían hojas y por qué no mejor comían personas. Lillie reía con sus ocurrencias, encontrando mucho de Ganimedes en él. Ese mismo temple. Esas mismas fuerzas. Y, a ratos, esa misma postura en la que aseguraba que era el rey del mundo. Lo eran. Su amado Cazador del Viento y ahora su hijo, el pequeño Hijo del Viento, pequeño Arroyo, Ventisca y todo lo que alguna vez ella amó. Sintió las manos de su hijito envolverse en las propias y fue tirada con suavidad.

—¡Mamá, Mamá! ¡Mamá!— Chillaba, jalándola. Lillie no permitía que estuviese demasiado tiempo con las nodrizas, lo que ya había originado un poco de molestias en el clan Tzimisce. Sin embargo, ahora que su niño la llamaba mamá y la llevaba a quién sabe dónde, sabía que todo valía la pena. Caminó con su pequeño hasta los jardines, donde encontró que los hombres estaban entrenando. Levantó entre los brazos a Eros, que aplaudió emocionado, apuntando con el índice hacia allá. Buscaba con la mirada, desesperadamente algo.—¡Papá, Papá!— Insistía, pero no podía encontrarlo. Ella tampoco lo hizo, al menos hasta que bajaron al césped. Encontróse, pues, de frente al amor de su vida, sosteniendo a Eros entre los brazos.

El niño quería mostrarme lo que ha aprendido.— Informó, bajando al inquieto Eros que primero se fue a dar una vuelta, una carrerita, y regresó con una mariposa en las manos que le entregó a su madre. Acto seguido, tomó su espadita de madera y le dio espectáculo a una Lillie que optó por sentarse en el césped, jugueteando con la mariposita entregada, recibiendo mariposas a ratos en el cabello y en la nariz. Al ver la pericia de su hijito, supo que esa noche tenía que cumplirse. Y así fue. A la noche, volvió a derramar lágrimas. En esta ocasión, fue ella la que alistó la Poción de Crecimiento y la preparó, para entregársela en un vasito a su hijo, que obedientemente la tomó completa, ante las lágrimas y angustias de su mamá, que se enjugaba las lágrimas con las mangas del vestido. El niño, gentil, dulce como ella lo era, se puso de pie y la abrazó, movido quizá ante las emociones de quien lo amaba como la vida misma.

—No llores, mamita. ¡Yo voy a ser muy valiente como papá!— Le dijo, omitiendo hasta las caras de disgusto por el sabor de la poción, como si supiera que era por su bien, que era porque el mundo ya estaba siendo demasiado cruento y que debía crecer y alcanzar a sus hermanos. El corazón de la rubia se rompió en mil pedazos al sentir esos bracitos, por lo que respondió abrazando a su Eros, a su hermoso Eros. Que todos los dioses la perdonaran por arrebatarle así su infancia. Que todos los dioses supieran que no era algo fácil para ella, y que podía quitarle el sueño ahora, y quizá, toda la vida.

Usé la poción "Crecimiento Acelerado"
#2

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A veces prefería no pensar. A veces prefería quedarse ahí, en la ventana de la torre de la Reina, mirando al jardín de flores que su esposo había plantado para ella. A veces, las flores le daban calma. A veces no. Le robaba la infancia a su hijo, y debía hacerlo. Entendía el riesgo, luego de haberse muerto en una dimensión que ya no alcanzaba a discernir si era falsa o no. Entendía el riesgo, luego de tener que reunir nuevos Cuervos, luego de ver padecer a sus iguales con ella. Su hijo debía crecer. Debía aprender magia, porque Eros debía defenderse solo. Debía aprender a ser como su padre, a ser como los Tzimisce. No. Debía aprender a ser como ella, como su madre, luchando por su propia supervivencia pero blandiendo espadas como su padre. El sonido del bastón interrumpió sus pensamientos, haciéndola levantar la cabeza.

—Hoy debe ser.— Le recordó Pyotr, haciendo que Lillie asintiera con la cabeza. No parecía convencida, y tampoco parecía estarlo escuchando. Sin embargo, Pyotr sabía que lo hacía con cuidado. Últimamente, la líder del clan Raven parecía estar muy atenta a su hijo. Desde la última toma de la poción de crecimiento acelerado, ella parecía un poco más recuperada. Ya no lloraba tanto y prefería estar con Eros, a veces mirándolo entrenar, a veces acompañándolo a estudiar, y a veces, dibujando y jugando con él. Le gustaba jugar con él.

Lo sé.

—Sé que lo sabes.— Respondió, mirando la alcoba de la dama triste, que aún miraba por la ventana. —Sólo quiero que sepas que a todos nos duele tanto como a ti.

Lillie alzó la cabeza, girándola. Parpadeó rápido, rápido, mordiéndose los labios. No supo qué decir en primera instancia. Quiso preguntar a qué se refería, quiso ponerse a llorar. Y su voz fue lo primero que salió.

¿Ustedes...?— Pyotr movió la cabeza, diciendo que sí. Y, aunque le dolía hasta el alma de estarle arrebatando vida a su hijo, al hijo que ella parió, al hijo que ella sostuvo entre sus brazos, entendió que tal vez estaba siendo un poco egoísta. No había pensado en eso, en que a los Cuervos también les dolía verlo así, creciendo más rápido que las flores, y causándole penas a su líder. Eros era un niño que se ganaba el corazón de los cuervos rápidamente, y no podían hacer caso omiso de verlo día con día más grande. Les causaba tristeza. Tampoco pensó en si a Ganimedes le causaba tristeza. Ella se había dedicado a llorar, y a asustar a Eros. Se quedó observando a Pyotr.—Lo siento.

—Lo sé.

Lillie bajó las escaleras de la torre de dos en dos, y echó a correr al dormitorio de Eros. Lo encontró dibujando, cosa que quizá heredó de ella. En cuanto ella entró, Eros le enseñó un dibujo de mariquitas, muy acomodadas y tomadas de las manos.

—Las mariquitas son símbolo de suerte, mamá. ¿Sabías?— Comenzó él, en una extraña mezcla de rumano con inglés y francés. Un acento francés marcado, las r guturales. Se sintió orgullosa de plantar sus orígenes en Eros, en su amado Eros.—Hoy encontré más de quinientas, y pensé que soy afortunado de verlas. Entonces nos dibujé. Este es papá. Este es Deimos, y este es Phobos. Y esta eres tú, mami. Y aquí sí estás feliz, porque a veces estás muy triste y no me gusta verte triste.— Lillie rió, primero suave, y conforme la risa la fue llenando, fue riendo más y más fuerte, hasta reír a carcajadas y abrazar a su pequeño niño, que reía con ella.—¡Te gustó mucho, mamá!

¡Me encanta, mi amor!— Y lo abrazó, levantándolo entre sus brazos.—Perdóname, mi niño. Mi tristeza jamás ha sido por tu causa o la de tus hermanos. Mi tristeza es porque este mundo es cada día más peligroso, y me preocupas tanto...

—Yo lo sé, mamá. Por eso voy a seguir siendo muy valiente, ¡y voy a aprender mucho!

En esta ocasión, Lillie se sintió menos culpable. Besó la frente de su hijo, y su rostro, jugueteando con sus mejillitas, llenándolo de besos, de abrazos. Frotó su nariz con la suya, y supo que no importaba si esa dimensión no era real. El amor por su hijo lo era. Y ahora se sentía culpable de que él sólo la hubiera visto llorar. El ritual fue menos doloroso. Tomó la Poción de Crecimiento y la entregó a Eros, quien la bebió sin rechistar, sacudiendo la cabeza al terminarla, el mismo gesto que tenía Lillie cuando algo no le gustaba. Y, a diferencia de veces anteriores, ahora ella se sentó en la cama de Eros, pidiéndole que se sentara a su lado.

¿Te he dicho que eres mi orgullo, y que lloraba porque me asusta que te hagan daño, mi amor?— Su hijo, oh, su hijo, tan buen niño, tan adorable, tan tierno, la abrazó. Negó con la cabeza, pero soltó risitas, y se levantó corriendo. Le trajo un cordel al que tenía atada una piedra, y con la otra mano tomó la espada de madera.

—No te preocupes, mami. Te voy a cuidar mucho. Ponte la piedrita, es para cuidarte. Así, siempre estaremos uno cerca del otro.— Lillie lo abrazó con fuerza, sintiendo sus cabellitos dorados en su pecho. Lo peinó, y mientras lo hacía, le cantó, con la voz tierna que tenía, desafinada y poco privilegiada, pero cargada de lo que ella fue siempre: ilusión.

Felicità! È tenersi per mano, andare lontano, la felicitá... — Cantó, cantó con todo el amor que podía tenerle, sabiendo que no había dimensión, mundo o muerte que hiciera que dejara de amar a sus hijos y a su esposo, a su familia, quienes habían sido inmensamente pacientes con todo lo que estaba viviendo después de quedarse dormida por tanto tiempo.

Usé la poción "Poción de Crecimiento Acelerado"

#3

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¡Maman! ¡Maman!— Lillie giró la cabeza, mirando a su amado Eros correr hacia ella. Cada día era más parecido físicamente a ella, con pequitas cubriéndole la nariz, los cabellos rubios y las mejillas regordetas. Los ojos eran más bien los de Ganimedes, y también lo eran sus gestos. Se erguía como si en las venas trajera el cómo levantarse, el cómo mantenerse de pie, y también miraba como miraba el amor de su vida. Y ahora, ese niño venía a ella, con los brazos en alto, mostrándole que había tallado una figura en madera con su daga. Lillie se inclinó a él y abrió las extremidades para él, recibiéndolo en uno de esos abrazos que la hacían olvidar que el mundo estaba yéndose a la mierda. Besó sus mejillas con fervor, entre risas de Eros, que la abrazó de vuelta. Lo besó, le besó la frente, los cabellos, frotó su frente con la suya y terminó frotando su nariz con él, gesto que también hacía su madre hacia con ella cuando era niña. Le mostró, pues, la escultura. Era un dragón, que había tallado con suma maestría, terminando el diseño con una florecita estampada, como muestra del origen por parte de su madre.

Es precioso...— Le dijo, también en francés, revolviendo su cabellera. Y la flor la hizo saber que, pronto, tendrían que ir a reclamar lo que era suyo. Miró al cielo, suspiró, y tomó el rostro de Eros. A él no le gustaba que su madre llorara, por lo que la abrazó más fuerte.

—No llores, mami. Te haré muchas flores.— Cuánta ternura tenía ese niño. Cuán dulce era. Lillie le sonrió y negó con la cabeza.

Sí quiero muchas flores, pero no voy a llorar. Es sólo que pensaba que tenemos que hacer algo.— Besó su frente, y lo llevó a alistarse. Avisó que saldría, sola, en el auto que Philippe, su primo mayor, le había obsequiado cuando se casó. A Eros también le gustaba la velocidad, así que se puso el cinturón de seguridad y se sentó al lado de su madre, emocionado por el lugar al que le llevaría. Él no conocía a toda la familia de su mamá, y aunque le daba miedo, sentía que eso sería divertido. Supo que no era tan divertido cuando llegaron y Pyotr estaba allí.

. . .

—Señor, la Señorita De Saint-Pièrre.— Anunció el mayordomo de Philippe, que asintió con la cabeza terminando de firmar unos documentos. A la mesa, estaban reunidos algunos miembros de la familia y también de aquella familia que el primo de Lillie, el que la cuidó como una hermana, había elegido. Eran los hombres más leales de él, aquellos que darían la vida por su señor y que lo seguirían hasta el mismísimo infierno. La puerta se abrió y lo primero que apareció fue el sonido de un bastón de madera que hizo que, por fin, Philippe se pusiera de pie.

—¿Qué mierda estás haciendo aquí, Pyotr?— Los hombres se tensaron. Algunos sacaron las varitas, pero Pyotr no respondió. Avanzó sin ninguna expresión en el rostro, y cuando estuvo seguro que su señora no corría peligro, se hizo a un lado para dejarla pasar.

—Te hice una pregunta.

—Estoy cuidando a mi señora.— Respondió, seco, al tiempo que aparecía Lillie, envuelta en un vestido largo, rojo, con detalles negros y rojos, con el collar de la familia sobre el pecho y tomando de la mano a un niño tan rubio como ella, con la cabeza cubierta de ricitos dorados y la cara llena de pecas, vestido totalmente de negro, con los bordes de su ropa rojos. Los ojos del niño eran azules, un azul cobalto intenso, y poseía una mirada fuerte que repasó rostros. Se afirmó a su madre, en silencio absoluto. El niño permaneció quieto, al igual que Pyotr.

¿Tenían listos las varitas para mi visita? Qué descorteses.— Reclamó ella, sonriendo, pasando a su hijo por delante de ella. Pyotr permaneció con la frente en alto, mirando a todos sin mirarlos, apoyado en la cabeza del bastón.—Hoy traje a mi hijo. Eros Windhunter.— Presentó. El niño, obediente, reverenció para Philippe. Le sonrió.—Es tu tío, mi amor. Es tío Philippe. Has escuchado hablar de él.— Y cómo no. Se acercó, recibiendo una caricia cariñosa sobre la cabeza por parte de Philippe, que estaba más bien tenso por la presencia de Pyotr.

—¿Qué hace él aquí?

Lo mismo que tus hombres. Cuidándome.— Y el matrimonio parecía haberle sentado bien. Se movía con más soltura, con fuerza, con la coquetería de siempre, pero con una extraña convicción nueva que la hacía rodar por todas partes.—Vine porque creo que ya se ha cumplido parte del testamento del abuelo, ¿no? Con el nacimiento de Eros. Soy la primera en tener un varón.— Uno de los primos de ella se puso de pie, negando con la cabeza.

—Mi hija nació primero.

Lo dudo. El testamento establece que le pertenece al primer bisnieto nacido, cuando cumpla los ocho años, ¿no es así?

—¡Mi hija tiene tres años...!

Y Eros ocho. Y el día de hoy cumplirá ocho.— Revolvió la cabellera de Eros, que permanecía de pie, al lado de su madre, viendo todo, viendo a todos, casi sin aire, como estaban también el resto de primos. Miró a Pyotr que no lo vio de vuelta, sino que parecía tener su atención en cada uno de esos hombres que parecía que, en cualquier lugar, desenvainarían las varitas.—Oh, vamos. ¿No vamos a celebrar?— Se sirvió vino, sabiendo que llevaban ella y Ganimedes un paso por delante.

. . .

No era mentira. Ofreció a Eros una nueva dosis de poción. La había preparado ella misma, con cautela, con paciencia y con amor. Le había costado unas cuantas lágrimas, había sollozado un rato, pero ahora que tenía en su poder la documentación de propiedades en Sicilia y una suma cuantiosa por cobrar a nombre de Eros, sabía que habían hecho lo correcto. Eros esperaba jugando en su habitación. No se sorprendió cuando vio a su hermosa madre, sino que él mismo estiró los brazos para beber completamente del frasco la Poción de Crecimiento Acelerado.

Maman, ya quiero ir a la escuela.— Pidió. Lillie se sentó con él, abrazándolo.

Pronto irás, hijito mío. Pronto irás.— Y volvió a rodearlo con los brazos, apretándolo tiernamente. Alzó la mirada, únicamente para encontrarse a Pyotr en la puerta. Le hizo una seña. Los cuervos se mantenían vigilantes luego de la desazón que habían sufrido los De Saint-Pièrre. Y supo que, sin desearlo, había fracturado a la familia. Tarde o temprano iba a suceder. Lo supo desde el momento en que se casó con Ganimedes Windhunter, originario de los Estados Unidos. Lo supo desde que tuvo un hijo suyo. Lo supo desde que fue buena y le dio un varón. Ahora, más que nunca, debían ser inteligentes.


Usé la poción "Poción de Crecimiento Acelerado"
Ultima modificación: Abr 27, 2025, 08:56 PM por Lillie Windhunter #4

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Eros caminaba detrás de Pyotr, dando saltos felices. Era como su madre, sólo que con la mirada felina de su padre que parecía ver a través de las personas, con el porte erguido y la cabeza en alto, como si hubiese aprendido a ver de esa manera. Lo traía en la sangre. A ratos, se agachaba para tomar algo del piso, y a ratos, volvía a charlar con algo (o alguien, quizá), que sólo él veía. A veces, Pyotr reparaba en ello. A veces, no. A veces lo consideraba parte de la imaginación del infante, tan grande como la curiosidad de la misma Lillie. Aquel día, Pyotr se encargaría de parte de su instrucción: la estratégica. No había mente más afilada que la suya, ni hombre más torcido para ello. Maestro del engaño, de la magia, de hacer parecer lo que no es, enseñaría al pequeño Eros a usar su mente a su favor. Y Eros no rechistaba. Se quedó sentado frente al mayor, meciendo la cabeza de lado a lado, alborotando los rizos dorados y arrugando la naricilla llena de pecas. Era encantador, no podía negarlo. Pyotr le hizo un gesto, algo parecido a una sonrisa, mostrándole algo entre sus manos que hizo desaparecer con suma facilidad. Pyotr tenía la habilidad de no usar la varita para hacer magia, pero eso iba más allá de eso. Eso era más bien simple, que parecía ser extremadamente complejo.

—Mira bien, Eros Windhunter. Nada es lo que parece. No es magia sin varita. Sólo es un engaño frente a tus ojos. El detalle está en hacerlo parecer real...— Comenzó él. Eros seguía sus manos, arrugando la nariz, como si quisiera entender la verdad de lo que allí ocurría. Quería saber cómo era que se hacía, así que pidió que lo hiciera de nuevo, y de nuevo, y poco a poco, fue imitando el truco. A lo lejos, la Señora Windhunter, su madre, miraba la escena al lado de Espectro, una de las mejores vampiresas del clan. La acompañaba para charlar, y a veces, sólo para cuidarla. Después de todo, Lillie le había regalado su libertad. Espectro, cuyo nombre real era Meadow, miró también al niño, tan atento a las instrucciones de Pyotr.

—Es un buen estudiante. Y es un buen maestro, lo cual es extraño.— Opinó. Lillie asintió con la cabeza.

Creí tendría menos paciencia. Ambos.— Soltó una risa divertida, caminando con las manos en el regazo, disfrutando del jardín de flores que le había obsequiado su esposo para que estuviese feliz. Desde que se casó, Lillie se veía más tranquila. Había alcanzado su tan ansiada paz, y no cabía duda que él la amaba. Le había regalado aquel hermoso jardín para que ella lo cuidara, y hasta la había dejado tener un par de animalitos para que estuviera tranquila: una cabra y un borreguito. Se divertía persiguiéndolos junto a Eros, y a veces, sola. Le había dejado tener rosales, y tulipanes, y astromelias y hortensias, árboles frutales, y también había entendido la sencillez de su esposa dejándole un pequeño lago para que pudiera navegar mientras leía. Y, ahora que se hallaba ahí, al lado de la vampiresa, se daba cuenta que la vida le tenía preparado algo mejor de lo que jamás pensó, más allá de un balcón de colchonetas frías y una orquídea empollada por Federico El Dodo, que había encontrado en el castillo una vida extraordinaria, de lujos, pues diario usaba corbata o pajarita. Y ahora Lillie tenía una familia amorosa, un clan que la cuidaba, y la mejor educación para su único hijo, al que miraba con tanto amor que terminó suspirando de ver mecerse a esos rizos dorados y al escucharlo reír.

—Es un niño encantador. Será un gran líder.— Opinó Meadow. Lillie volvió a menear la cabeza con suavidad. Se mordió los labios.

Deseo mucho que así sea. Tiene madera para hacer lo que quiera hacer.

—Como usted. Son muy parecidos. Sólo que a veces no se da cuenta de lo fuerte que es y la gran líder que puede llegar a ser. El señor Windhunter la eligió sabiamente como su esposa.

Sonrió. Durante un rato, aprovechó las lecciones de Eros para leer un poco en rumano, idioma al que se estaba acostumbrando, aunque ella le hablaba en francés a Eros, y Pyotr le hablaba en su natal italiano, ahora que no había nadie cerca para corroborar que Volkov no era ruso exactamente, tal como se presumía. Eros, por su parte, parecía entenderlo todo. Parecía atento, y cuando supo que tenía suficiente, no dijo nada, sino que se echó a dormir. Pyotr se escandalizó. Se puso de pie, y fue a buscar a Lillie.

—Tu hijo.— Le dijo, señalando con su bastón, a modo de reclamo. Ella rió con suavidad. De tal palo, tal astilla, pensó, dirigiéndose hacia el pequeño Eros, quien, efectivamente, dormía plácidamente. Lo acunó entre sus brazos y lo levantó, quizá gracias a su fuerza sobrenatural. Lo acomodó en su seno, como hacía desde que era pequeño, y se lo llevó a las flores, allí donde encontraba su propio paraíso. Eros no se inmutó, hasta después de un buen rato en que Pyotr no dijo nada, sino que se quedó refunfuñando quedo sobre que le había ignorado la mitad de la charla. Cuando el niño despertó, Lillie le sonreía.

¿Despertaste, mi amor?— Eros asintió con la cabeza, tallándose los ojos.—Hoy tomarás otro poco de poción, ¿sí, mi niño?— Eros era increíblemente dócil cuando de esas cosas se trataba. Se quedó sentado, al tiempo que las vampiresas, sus doncellas, le traían la poción de crecimiento acelerado, de la cual dio a beber al niño un vial completo. El niño la bebió con gusto, volviendo a acomodarse en el césped.

—Mamá— llamó, haciendo que ella se acercara —¿viste que el truco es hacerlo parecer real? — Y, de entre sus manos pequeñas, extrajo el medallón de Pyotr. Lillie ensanchó la sonrisa. Qué buen niño era.

Usé la poción "Poción de Crecimiento Acelerado"
#5

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Adelante.— Apretó los ojos al sentir cómo encendían esa maldita máquina, sabiendo que lo hacía por amor a Ganimedes, por amor a sus hijos, por amor a todo lo que tenían, todo lo que habían forjado. Por amor. Por el amor más genuino que sentía, por la forma en que su corazón latía cada que él sonreía, por la forma en que se sentía emocionada de ver los ojos del amor de su vida en los de su hijo. Dolía. Sentía no solamente que cada hueso suyo se quebraba, sino que, además, intentaban partirla por la mitad, como si su columna vertebral insistiera en dividirse en dos. Era tan doloroso que sólo atinó a cerrar los ojos, a gemir de dolor.

¿Estás lista, Violet?

Sí.

Lillie Windhunter— comenzó uno de los Cuervos, quien se encargaba de realizar el rito en los recién iniciados —tú sabías que tu esposo era un mortífago, ¿no es así?

Usa tu Bloqueo Mental. Úsalo, concéntrate.— Insistió Pyotr, dando la orden con un golpe del bastón en el suelo, haciendo que todos estuvieran atentos. Aquello parecía una locura, y lo era. Pero también era la única forma que tenían para protegerse. Si Lillie sabía ocultar la verdad, si Lillie llevaba un paso adelantado al Ministerio y era capaz de mentir con torturas y pociones, entonces podrían hacerlo todo.

N-no... yo no sabía nada...

La legeremante asintió con la cabeza, avisando que lo estaba haciendo bien. En su mente no aparecía la verdad, incluso con la tortura física.

Claro que lo sabías. Tú sabías que tu esposo era uno de ellos, y lo cubriste. Administren Veritaserum.

Tu Bloqueo Mental, Lillie.— La rubia recibió la dosis de Veritaserum, y aumentaron la intensidad del dolor. Ahora tiraban de sus extremidades, y sintió ganas de vomitar. Todo giraba, y cómo dolía. Sentía una punzada de dolor profunda en el vientre, haciéndola gritar.

¡AHHHH! ¡No! ¡Yo no sabía nada!

¡Lo sabías todo! ¡Tú sabías todo!

¡No! ¡Nos mintió a todos!

¡Mentirosa! ¡Hombres como él no guardan secretos a sus esposas!

¡Ah, yo lo sabía! ¡Sabía que es Aquarius!

¡Detengan todo! Maestre, por favor.— Un sanador corrió hacia Lillie, poniéndole un paño cálido en la cabeza, y también administrándole el antídoto de la poción otorgada y otras tantas para recuperar su salud y su fuerza. Ella, obediente, bebió sin rechistar, sin quejarse y sin hacer muecas. Le hizo beber también un buen vial de sangre de veela para ayudar a su cuerpo a recuperarse de la sensación de tortura, pues no era fácil el proceso. Habían diseñado un artefacto mágico que permitía funcionar como una maldición Cruciatus, pero sin los efectos de riesgo. Aquella tortura, porque eso era, formaba parte del entrenamiento de La Niebla, una de las secciones más importantes del Clan. La intención era no solamente tener un control mental impoluto, sino saber manejar la información a pesar de los estímulos y presiones externas. Y ahora lo usaban para entrenar la mente de su Señora, que parecía pálida, notoriamente adolorida. Pyotr se acercó a ella, inclinándose para hablarle en francés.

Sólo se puede afilar una espada hasta cierto punto. Al final, todo se reduce a la calidad del metal, Morrigan.— Le dijo.—Y el tuyo es uno fuerte, pues se ha roto en su mayoría.— La dama lo miró, bebiendo té calentito, al que le sopló y le dio un sorbo. Ella movió suavemente la cabeza, en señal de asentimiento.—Tenemos pocas oportunidades para que sigas probando. Aprovéchalas. La mayoría se quiebra al segundo intento.— Y lo sabía. Volvió a tomar aire, y entregando su té, su vial, la tortura volvió. Y dolió más la nueva oportunidad que la anterior, y la hizo gritar más, se movió más, se retorció más. Y el resultado volvió a ser el mismo.

Lo sabía, y no iba a delatarlo porque es mi labor como esposa.— Y volvieron a intentarlo, porque Lillie De Saint-Pièrre no se rompió, ni desistió. Y esta vez, la tercera, Violet fue la que la delató.

Miente, sí lo sabía. En su cabeza está la verdad.

El maestre, sanador privado de los Windhunter, acomodó a Lillie con cuidado, otorgándole una nueva poción para revitalizarle el cuerpo y devolverle las fuerzas luego de los intentos. La revisó, al mismo tiempo que todos esperaban su resolución para saber si podían continuar. Y la dama pareció brillar de nuevo, los ojos, las mejillitas.
Tiene buena madera esta chica.— Dijo entonces, haciendo que los Cuervos sonrieran, y no solamente eso, sino que reverenciaran, hincando las rodillas en el suelo.—Corvina Regina, Señora. Aún puede realizar intentos.— Dictaminó el sanador, haciendo que aquella hermosa mujer volviera a acomodarse frente a los atónitos ojos de sus Cuervos, quienes sabían que estaba excediendo la cantidad de intentos que la mayoría poseía. Y entonces, volvió a repetir todo el proceso. Más dolor. Más gritos. Más Veritaserum, más de su legeremante empujándola, presionándola hasta el cansancio. Cómo dolía. Vomitó de miedo, de dolor. ¿Sabías que Ganimedes era mortífago? No. ¿Ocultaste que él era un Mortífago? No, yo ni siquiera sabía que lo era, nos mintió a todos. ¿Tú sabías los crímenes de tu esposo? No, eso también me duele. ¿Estás segura de eso? Jamás estuve tan segura de algo. ¿Sabías que Ganimedes era mortífago? Ni siquiera respondió.

Violet asintió con la cabeza. Pyotr sonrió, satisfecho. Los Cuervos celebraron, volviendo a hincar la rodilla frente a la Dama del Velo, llamada así desde su muerte y posterior vuelta a la vida. Para algunos, avances en la medimagia. Para otros, símbolo de poder e inteligencia, uno que no dejaba de demostrar.

Pyotr Volkov, el líder de La Niebla, el mejor de todos ellos, se acercó a Lillie, que yacía sobre aquella maquinaria, asintiendo con la cabeza, mientras el sanador ya le daba la atención correspondiente. Los miró, confundida, haciendo un círculo a su alrededor.
Quien sobrevive a la verdad, muere como humano.— Empezó él. Un coro de voces se unió entonces al cántico, y por primera vez, no cubrieron sus caras, sino que permanecieron de rodillas frente a su líder de clan.

Y nace como Niebla.
#6

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Lillie Windhunter Jefa de Sanación en Hogwarts | Diseñadora en FLEUR
Su corazón, entonces, se rompió en mil pedazos al leer las palabras del amor suyo, heridas, que seguramente también lo estaba. Sus manos temblaron, sus labios se abrieron, sin saber pronunciar palabra, y aunque le era asegurado que se hallaba bien, Lillie sólo supo derramar lágrimas en silencio, enjugándolas en un pañuelito bordado con maestría con pajaritos de colores. Y escribió. Le dirigió letras, y envió a Dagda, el cuervo, inteligente ave, a que entregase un pequeño rollito de papel rosado para Radu, que sabría que debía entregarlo a su señor. Y a la pobre mujer se le entristeció el amor, dejando que el dolor la inundara y se le escapara de los ojos en forma de lágrimas, agua pura que había nacido de los océanos que su esposo le regaló. Se le moría el mar, y luego le volvía a nacer en forma de reflejos, retumbándole las espumas cada que intentaba respirar. Cuánto miedo había tenido. Y cuánto miedo sentía ahora, de sentir que era el barco solitario perdido entre medio del cielo y la mar. Y decía él que había abrazado férreo la debilidad, y sin embargo, aquella, la infortunada, sollozante y noble esposa, abrazaba esas hojas y ese emblema con la ternura inmensa que podía dar su áurea entraña, viéndolo a él aún blanco. Y lo consideró más galán, y lo siguió amando con cada pétalo, con cada poro, con cada sonrisa.

Tanto fue su amor que, en silencio, hubo de pedir ser ataviada con un nuevo vestido ceñido a cada peligrosa curva que atesoraba desastres, blanco como la pureza de su alma, blanco como su inocencia y todo lo que ella significaba, florida, herida, pidió también que la corte se congregara, tal como el amor suyo lo solicitaba. Con las mejillas sonrosadas, con el alma a medias dichosa y a medias rota, hizo su aparición. Mientras tanto, en la Sala del Trono, una corona fue dejada para los tres niños, que seguramente tampoco entendieron qué ocurría, tal como su Amado solicitaba. Y ahí estaba otra vez la Dama del Velo, envuelta en el vestido blanco que se encargó de dibujar la silueta hermosa de mujer, decorando el silencio con zapatillas de tacón. De un lado, caminaban con ella Pyotr y los líderes de las secciones del Clan Raven. Del otro lado suyo, los segundos al mando del Clan Tzimisce, y de nuevo, el Lirio demostrando por qué es la única flor que extiende los brazos en pleno invierno. Se posicionó frente a todos, y su simple presencia originó silencio. No necesitaba abrir la boca ni rogar por adulación para hacer que los ojos se levantasen hacia ella. Su existencia ya tenía fuerza en sí misma, y amor, y tormentas inacabables.

¡Hermanos!— La voz de Lillie entonces se alzó en la Fortaleza, tal como era el deseo del marido suyo.—Escuchen con atención y pierdan la verdad entre la niebla, bajo pena de muerte según las leyes del Clan Tzimisce, y bajo pena de Olvido Negro según las tradiciones del Clan Raven.— Cuando hizo mención de tal castigo, todos los miembros del Clan Raven, a excepción de La Niebla, dejaron caer las armas al piso, y luego, incluido Pyotr, se cubrieron los rostros con velos negros, y bajaron la cabeza. Un gesto que ofrecía el silencio, el acuerdo entre ella y cada miembro del clan.

Prefiero que lo escuchen de mí. Ganimedes Windhunter, Regente del Clan Tzimisce, mi esposo y mi igual frente a ustedes, ha sido arrebatado por el Ministerio de una forma cobarde. Llevo, pues, el peso de su nombre y el filo de su ausencia en la misma carne. Sin embargo, si alguien osa imaginar que la pena ha mellado mi juicio, escuchen bien: La corona no ha caído. Fue llevada por las alas de la Niebla, y puesta sobre quien siempre supo mandar sin alzar la voz. No somos bestias, aunque la ira nos carcoma desde adentro y nos reclame. Somos mucho más que eso. Somos herederos de sombras antiguas. Somos legado.— Otra vez, los Cuervos. Se hincaron, en un gesto que significaba que aceptaban sus palabras.—Que esta noche volvamos a tener ojos silenciosos, invisibles. Que esta noche nuestros oídos toquen instantes, silencios, eternidades. — Eso, por supuesto, generó más de un grito de ánimo. Los vítores no tardaron en aparecer, incluso los del Clan Raven.—Que así sea. Sangre y Fuego.— Y la nueva orden: nadie entra, nadie sale. Los únicos que podían entrar serían Vulcan, Radu, y el ser al que Hermana Oscura y su anillo le mostrasen. Porque sabía que no importaba si cambiaba la forma de su rostro. Ella encontraría a su amado entre millones de personas.
#7

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